Delicioso este fin de semana en Barcelona entre amigos hablando de filosofía, pensamiento, ciencia, literatura, con un tiempo esplendido, en restaurantes como el peruano-oriental Ají en el Puerto Olímpico (mi gratitud a Juan Carlos y Vladimir por un autentico servicio) y el libanés Varity (mi Beirut) en el que sus anfitrionas nos trataron como en casa. Largos paseos por la Ciudadela o el Paseo de Gracias bajo un sol mediterráneo. La ciudad de los prodigios, como la llamó Cervantes, es una maravilla.
En el AVE de vuelta a Madrid he estado leyendo ‘AMOR, PODER Y JUSTICIA. Dinámica de la moralidad autentica’, del matemático, filosofo platónico y educador William S. Hatcher (muchas gracias, Rym, por la recomendación y el regalo). Una obra que parte de la monografía La ética de la autenticidad (1997) y que se ha convertido en una de las aportaciones más singulares y sólidas en el campo de la Filosofía Moral (Dr. Michael Penn).
Se trata de una teoría de la moralidad (de la ética en realidad, entendida como “el modo más inteligente de vivir, siguiendo a José Antonio Marina) que conceptualiza las relaciones autenticas entre cada un@ de nosotr@s (el yo) y la realidad. Parte del Ser Humano como Valor supremo de la Creación (de ahí la lucha por la dignidad) y de Dios como fuente de los valores intrínsecos (en tanto que Dios es Amor). Nuestras interacciones con otros seres humanos poseen el máximo de implicación moral, un sentido de comunidad. Desarrollo moral en la búsqueda de la autenticidad: “la persona es un ser que ha adquirido la capacidad de amar y sacrificarse de forma auténtica”. Hatcher desliga en el libro la religión como ideología (“cuando la ideología exalta su credo elevándolo a su condición divina, es decir, identificándolo como valor supremo, la ideología es idolatría”), como convención social (rituales), como mero conjunto de normas morales, como romanticismo de la exaltación y la euforia. Y también nos alerta de supuestos “humanismos”, como el individualismo y el colectivismo con su afán de poder (el rol social como un mero casillero con valor social). “La diferencia moral entre la competencia y la búsqueda de la excelencia reside en nuestra motivación”. Sí, en nuestra pasión, nuestra vocación, nuestra misión personal y colectiva, lo que es esencial para nuestra empleabilidad y felicidad. Así, “el desarrollo moral se convierte en la búsqueda de la autenticidad en toda relación”.
El desarrollo moral parte de la autonomía (de la libertad, del libre albedrio) y conecta con la espiritualidad (con la trascendencia, que es clave en el compromiso). Las interacciones, momentos de la verdad, son la unidad fundamental de nuestra experiencia como seres humanos. Interacciones con lo trascendente, con nosotr@s mism@s, con otras personas, con los objetos, con los sistemas, con grupos sociales, mostrando habilidades cognitivas de percepción (experienciales), síntesis (intuición) y análisis (lógica), afectivas (el poder del corazón) y activas (la voluntad, de inicio y de continuidad). Mente, corazón y vida para la autorrealización.
El despliegue del proceso de desarrollo, nos cuenta William Hatcher, desde los tres paraísos: el de la inocencia (el estado de inconsciencia, no sabemos que no sabemos), el de la adolescencia (desde la autonomía, la gratificación de nuestros deseos y pasiones) y el de la responsabilidad (el amor a la verdad). Un trayecto deseable y posible en la medida que las relación entre las personas se produzca desde el amor altruista /diálogo autentico): “sed sinceramente amables, no sólo en apariencia”. El poder no puede ordenar o crear el amor. “El medio más seguro de cambiar una relación de persona a persona es cambiar nuestro comportamiento en la relación”. El Liderazgo como Liderazgo de Servicio (servicial, que no servil; siempre digno). ¿Y qué decir de nuestra relación con los grupos sociales, “de uno a muchos”? “En las relaciones sociales siempre hemos de actuar de modo tal que acrecentemos la justicia de la estructura grupal”. En términos sustantivos, la estructura social debe favorecer la colaboración, la visión compartida, la unidad en la diversidad. Y por tanto la reciprocidad y la solidaridad. “La justicia o la injusticia de un orden social se refleja en el grado en el que ese orden se demuestra favorable o desfavorable al florecimiento del amor altruista entre sus miembros”. Todo un dilema ético en sociedades que fomentan la exclusión, cuando no abiertamente el odio.
El autor nos ofrece un modelo personal interno como mosaico de lo verdadero y lo falso, de la exactitud y de la distorsión, de la precisión y de la vaguedad. Mejora de nuestra autoimagen a través del autoconocimiento. El círculo virtuoso del conocimiento espiritual autentico va del Amor a la Fe, de ésta a la Intencionalidad (voluntad y deseo de actuar), de la Intencionalidad a actos concretos (la dramatización de la intencionalidad, y por tanto del Conocimiento, de la Fe y del Amor) que afectan al entorno y por tanto suscitan una Reacción en los demás, y de esta reacción a un nuevo Conocimiento (aprendizaje), en una espiral positiva que llamamos experiencias. Entre el yo y la realidad, la autenticidad, la autonomía y la convergencia. Hemos de combinar el entendimiento con la voluntad y la emoción. “El marchamo de la moralidad auténtica lo constituye el hecho de procurar genuinamente la autonomía moral y la motivación autoconsciente de toda persona”. Por eso l@s líderes inspiran a l@s demás para que den su mejor versión.
Por supuesto que habrá dilemas y sobresaltos en nuestra percepción moral, nos advierte Hatcher. Sin embargo, “nos aguarda el galardón de relaciones cada vez más auténticas, de una autonomía de continuo recrecida y de un bienestar estable y duradero”. Con la convicción firme y la resolución interna de que actuar éticamente es el significado último de nuestra vida.
Un libro profundo, una aportación significativa para nuestra reflexión y acción en tiempos tan convulsos.
¿Se trata de una utopía? ¿Es esto nuevo? Ayer terminé el nuevo libro de Lorenzo Silva, ‘CASTELLANO’, que conmemora los 500 años de los comuneros contra Carlos V. Un sueño de sano orgullo y libertad que marca sin duda nuestra identidad.
Este referente de nuestra literatura contemporánea confiesa una infancia insensible a los campos de Castilla. “Mi relación con la identidad nunca ha sido demasiado entusiasta”. Sin embargo, nos lleva a Toledo en la primavera de 1520, a esos valientes castellanos que se niegan a que les esquilme un joven y ambicioso rey de origen flamenco, nieto de Isabel de Castilla e hijo de la reina Juana, que usa nuestro territorio para convertirse en Emperador. Una Salamanca pionera en el derecho de gentes, en el Derecho Internacional Público (el dominico Francisco de Vitoria, doctor por la Sorbona y catedrático de la Universidad). “De la penuria castellana nace el deseo que afirma su libertad”. Segovia, que se muestra en franca rebeldía (“los segovianos no se arredran”). Padilla, Bravo y Zapata como triunviros de un poder emergente. Valladolid, que forma Comunidad. Ávila, que se suma a la Junta. Tordesillas (otoño de 1520), donde los comuneros visitan a la reina Juana. Burgos y Torrelobatón (invierno de 1521), Simancas hasta Villalar, ya en primavera. Y por supuesto, la poderosa figura de María Pacheco. Lorenzo Silva conecta este espíritu por la libertad y la dignidad con el Cid, con el Quijote, con las aventuras oceánicas, con Teresa de Jesús, Machado o Delibes. “No debe extrañar que el grito del que se defiende la obra política de las Comunidades sea el de la Libertad. La primera, de la que surge el movimiento, es la de no verse sometidos a gravámenes odiosos para sostener los errores, caprichos y disparates del césar. A partir de esa libertad, de índole fiscal, vienen todas las otras: la de no estar sujetos al abuso de los grandes señores, la de determinar a través de los representantes del pueblo la voluntad del reino. A ellas invitan los comuneros a los castellanos, y en su nombre defienden el derecho a enfrentarse con las armas a aquellos que sostienen la servidumbre y los privilegios, en cuyos brazos se ha arrojado ya el emperador”. Un carácter luchador que marca.
No concluye Lorenzo Silva su relato en Villalar, con el fin de los tres capitanes: Bravo, Padilla y Maldonado (“ayer era el día de pelear como caballeros. Hoy no es sino de morir como cristianos”), sino que va diez años más allá, en Oporto, donde María Pacheco, viuda del líder Padilla, le recuerda constantemente. Allí está enterrada, en la Catedral. Su epitafio: “Si preguntas mi nombre, fue María; si mi tierra, Granada; mi apellido, de Pacheco y Mendoza, conocido el uno y el otro más que el claro del día; si mi vida, seguir a mi marido; mi muerte, en la opinión que él sostenía. España te dirá mi cualidad, que nunca niega España la verdad”. Libertad y dignidad en el carácter castellano, porque “la lengua es el receptáculo de la experiencia de un pueblo y el sedimento de su pensar” (D. Miguel de Unamuno, En torno al casticismo). “En sus metáforas y su sintaxis, en la morfología de sus palabras, en las jotas, en las vocales claras, en la contundencia nada casual de tantos de sus vocablos –despojo, hachazo, sopapo, merluzo-, o en la belleza casi mística de otros –horizonte, lumbre, temblor, ensenada-, están las almas de los castellanos muertos”. Larga vida a ese ideal de Amor, Poder y Justicia desde la Autenticidad, a ese espíritu que no se doblega ante el miedo.
La canción de hoy, la de los comuneros del Nuevo Mester de Juglaría. Canto de Esperanza.
La entrada Ética de la Autenticidad: Amor, Poder y Justicia se publicó primero en HABLEMOS DE TECNO TALENTO.