Aquí, en nuestro país, el de la Calidad de Vida, nos tomamos a chirigota (que para eso son fiestas en Cádiz) hasta el futuro. Ayer se “presentó” el Informe 2050, disponible en internet (sí, me lo he leído: 676 páginas). Por mucho que admire al menos al 20% paretiano de sus expertos en Productividad, Educación, Recualificación, Sostenibilidad medioambiental, Estado del bienestar, Desarrollo territorial, Mercado laboral, Desigualdad social y Bienestar (los nueve “desafíos”), por mucho que comparta las citas de inicio del Informe de dos grandes españoles: Séneca (“Ningún viento es favorable para quien no sabe a dónde se dirige”) y D. Miguel de Unamuno (“Procuremos ser más padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”), comparto aún más el pensamiento y la actitud estoica y escéptico de este cordobés y vasco universales.
Porque, en realidad, un “desafío” es, como nos enseñó José Antonio Marina, un “cambio de Fe” y aquí no hay cambio de Fe en absoluto. El Cesarismo imperante utiliza a cien expertos como si tal cosa. Desde la Fe de que lo público impera sobre todo (muchos estamos convencidos de que en 30 años el “Bienestar del Estado” no se sostendrá, porque no hay ciudadanos que puedan pagarlo). Porque en las próximas tres décadas se cumplirá la ley de Arthur C. Clarke, el gran pensador de ciencia-ficción, según la cual sobreestimamos el corto plazo y subestimamos el largo (precisamente lo que ocurre en este informe, que se anuncia de “rigor metodológico”). Y porque de lo único que podemos sentirnos seguros es que, en España como en el mundo, ocurrirá en los próximos treinta años el equivalente de los últimos 60 años. ¿Cómo era la España de 1961? Podemos imaginárnosla en la candidata al Óscar de habla no inglesa de aquel año: ‘Plácido’, de Luis García Berlanga. En blanco y negro, nochebuena en una pequeña ciudad de provincias y “Ollas Cocinex” promociona “siente a un pobre en su mesa”, en tanto que el plácido Plácido disfruta de su motocarro recién comprado, del que debe pagar la primera letra antes de que acabe el día. De Plácido Alonso (Cassen, 1928-1991) a ahora… pues imagínate de 2021 a 2050.
Si nos gusta la Prospectiva de verdad, y nos tomamos en serio la Estrategia (este Informe no podría presentarse realmente en ningún Consejo de Administración de ninguna de las 500 mayores empresas del mundo, entre otras cosas porque los KPIs son de “la señorita Pepis”), hemos de considerar las cuatro fuerzas que están moviéndolo todo (WEF, Davos, 2011): la Globalización, que está convirtiendo a Europa en crecientemente irrelevante, por mucho que la soberbia continental no lo admita; la Tecnología (el 4.0, que nos lleva a la convergencia en la digitalización); la sofisticación del cliente y el valor del talento, individual y colectivo. Cuatro protagonistas olvidados en “España 2050”. Hace nueve años, en el libro ‘Del Capitalismo al Talentismo’, advertía -también siguiendo a Davos- que nos adentrábamos en una nueva era, en la que el Talento (inteligencia en acción) es el motor de transformación, y que tres instituciones estaban destinadas a desaparecer tras como las hemos conocido. Efectivamente, el coronavirus les está dando la puntilla: los partidos políticos, las universidades y los medios de comunicación. Sin embargo, las tres siguen en general comportándose como si mantuvieran intacta su credibilidad, dándonos lecciones sobre el futuro. Lo mejor está por llegar.
Me imagino a Ram Charan, asesor de Jack Welch (considerado el mejor CEO del siglo XX) recordándole a nuestro presidente del gobierno que “la ejecución es el 90% de la estrategia”. En un país como el nuestro donde ya no hay consenso ni sobre el modelo de Estado, implantar con la más mínima seriedad una Estrategia de 30 años, más allá de “sentar a un experto a tu mesa”, es cuando menos una broma de mal gusto. Una lástima, porque un país como el nuestro, con más de cinco siglos de Historia, se juega el ser o no ser en la Educación, la limpieza de sus instituciones y en contar con una Administración eficiente y eficaz y empresas bien lideradas. “Miré los muros de la patria mía,/ si un tiempo fuertes, ya desmoronados,/ de la carrera de la edad, cansados/ por quien caduca ya su valentía” (Don Francisco de Quevedo y Villegas).
Por lo demás, he estado leyendo ‘TRABAJO. Una historia de cómo empleamos el tiempo’, del antropólogo británico James Suzman, especializado en estudios africanos y profesor de la Universidad de Cambridge.
Esta idea de “ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente”, tan arraigada en nuestra cultura, y de currar hasta deslomarnos (la OMS y la OIT nos alertan de que las largas jornadas de trabajo aumentan las defunciones por cardiopatía isquémica y accidentes cardiovasculares) no es real en los “pueblos primitivos” de África del Sur. Una semana laboral de hasta 15 horas (ya lo profetizaba Keynes en 1930) debería ser suficiente.
El profesor Suzman analiza el “cruce de caminos” entre los humanos y el trabajo en cuatro situaciones. La primera, en relación con la energía desde el descubrimiento del fuego, hace un millón de años. Somos la única especie del planeta que derrocha alegremente su energía y que se desanima, incluso deprime, cuando no tiene nada que hacer.
El segundo punto de encuentro es el de la cultura, con la creación de herramientas para hacernos la vida más fácil. Creemos dominar la naturaleza, pero no nos entendemos a nosotros mismos. Somos capaces de almacenar comida, desde hace 12.000 años, pero no de compartirla generosa y solidariamente.
El tercer punto de encuentro fue el de la creación de las ciudades (José Antonio Marina también lo considera un punto de inflexión en la Historia de “Humanidad/Inhumanidad”. Y el cuarto, la aparición de las fábricas desde la Revolución Industrial a las dos primeras guerras mundiales y la Guerra Fría. ¿Seremos capaces de “pasar página” respecto a la mentalidad fabril?
Nos aqueja una “nueva enfermedad”, advertida por John Maynard Keynes hace 90 años: el desempleo tecnológico. La solución, propuesta por Oscar Wilde, es el ocio creativo. Por ello, la educación resulta vital, no sólo como ascensor social y seguro para una vida plena (nunca he creído en las virtudes del “buen salvaje”, del ser que no piensa), sino para ser protagonistas de nuestro tiempo y de nuestro destino. O somos voraces consumidores de telebasura y comida basura (basurívoros)
o somos “aprendívoros” (Santiago Berruete). Personas que disfrutan del aprendizaje, que crecen como seres humanos, humildes, generosos y solidarios de verdad, en contacto con la naturaleza, con un sano propósito, con la autenticidad por bandera, cuidando responsablemente de sí mismos y del planeta, en un entorno tónico y no tóxico. Me temo que no hay término medio. Estamos en un mundo binario, de centauros (mentalidad Ironman) o eliminados por los “terminators”.
Mi gratitud a James Suzman, cuya voluminosa obra ha sido alabada por Yuval Noah Harari y por The Times (“dan ganas de subrayar algo en cada página… asombroso”). Sin embargo, no estoy de acuerdo con que “el trabajo nos defina”. El trabajo es alienante por definición. No me cansaré, creo, de repetir la abismal diferencia con el empleo (del latín “implicare”, implicarnos en nuestro talento). El Talentismo es el mejor de los tiempos para quienes desarrollen su talento y lo empleen adecuadamente. Y el peor de los tiempos para quienes deseen vivir “de la sopa boba” o esperen a que les digan lo que tienen que hacer. La Mentalidad de Crecimiento triunfa; la burocrática es inútil.
El tema musical de hoy, el de Terminator, de Brad Fiedel. Miedito.
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