Ayer fui a ver ‘Ha nacido una estrella’ (A Star is Born), dirigida por Bradley Cooper y protagonizada por Lady Gaga. Es la historia de Jackson Maine, una leyenda de la música country con problemas de alcoholismo, que descubre a Ally, una joven cantante que trabaja de camarera, y le da la oportunidad hasta llegar a la cima. Un relato romántico sobre el talento (perseguir los sueños, las oportunidades que da la vida, la necesidad de un Pigmalión y un manager, saber gestionar la fama) muy recomendable. La cuarta versión de esta película (la anterior es de 1976, con Barbra Streisand y Kris Kristoferson) me ha encantado. Desde la primera escena (un festival al aire libre en el que realmente cantó Bradley Cooper con la banda de Willie Nelson) a las dos principales canciones de Lady Gaga, “Shallow”
y especialmente ‘I’ll never love again’, una súper balada.
Presentada en el festival de Venecia, Toronto y San Sebastián, la cuarta versión de ‘A star is born’ (tras la de 1937, la de George Cukor en 1954 con James Mason y Judy Garland y la mencionada de Frank Peirson en 1976) huele a Óscar. No te la pierdas, por la dirección (Bradley Cooper es un fenómeno), la banda sonora (seis temas en el Top Ten de música descargada en iTunes), la química entre los protagonistas y la vuelta de tuerca que le da a esto del talento.
He estado leyendo el nuevo libro de José Antonio Marina, ‘Biografía de la Humanidad’. Presentado como “su proyecto más ambicioso”, coescrito con el historiador Javier Rambaud, es el asombroso relato de las culturas, de los “animales espirituales”. Porque “tal vez estemos viviendo la última oportunidad de comprender nuestra evolución. No por falta de capacidad, sino de interés”. Un tratado de “genética cultural” antes de que pasemos, gracias a las nuevas tecnologías, a la era transhumana.
Marina repasa a lo largo de 500 páginas la cultura (todas en realidad son una), desde el rigor metodológico. Es un tratado sobre la ciencia de la evolución, con un algoritmo propio (un criterio de selección) centrado en la supervivencia y la felicidad de la especie. Los “animales espirituales” estamos dotados de pensamiento simbólico y “máquina de ocurrencias”. Todos somos africanos. Parte de la humanidad se hace sedentaria e innova en paralelo, con la propiedad como problema inevitable, con la guerra como juego de suma cero, con las ciudades como fórmula de civilización (el dominio del agua y del fuego), con la búsqueda de la justicia y el peaje de la esclavitud. Tras unos “sucesos precursores”, el gran giro espiritual en el primer milenio antes de nuestra era: Confucio, Buda, Sócrates, los profetas de Israel. La emergencia de la política en la era axial (Grecia, China), el imperio como solución para que el mundo “se hiciera más pequeño” y la invención del dinero. La difusión de las grandes religiones (el cristianismo como psicología social). El centro que se desplaza a Oriente durante la Edad Media. Mahoma como nuevo protagonista. La crisis y el Renacimiento (1200-1400). El inicio de una segunda era axial (una cultura de competencia y dominación), con el conocimiento como palanca del cambio. La lucha por la tolerancia y la idea (perturbadora) de soberanía. El desdichado siglo XVII: razón política y razón científica (la educación es su ariete). El XVIII como gozne sobre el que gira la segunda era axial: república mercantil y de los derechos, con el guión de la productividad. La fascinación por el poder (Napoleón) y el furor expansivo (mi capítulo favorito del libro). El siglo XX como ejemplo de lo mejor y lo peor del ser humano (dos locuras mundiales, en la perversión de la creatividad y la voluntad). El consumismo y el nuevo optimismo. En el epílogo, con una humanidad que se divide (siempre se ha dividido) entre apocalípticos y utópicos, la noción imprescindible de la dignidad.
Sí, nos asombran Rambaud y Marina (¿cómo consigues sorprenderme siempre, José Antonio?) con un compendio de la historia de la humanidad como cultura (el modo en que hicimos y hacemos las cosas), con notables progresos y lacras como el hambre, la pobreza o la guerra.
Creo que el pensamiento anglosajón tiene a Harari y nosotros a José Antonio Marina. Francamente, creo que hemos salido ganando. El maestro Marina le dedica esta obra a su nieto, José Quiroga, que le ayudó a terminarla (hemos de legar la esperanza a las siguientes generaciones). Voy a hacer lo posible para que mi hija Zoe lea y estudie este libro imprescindible. Es difícil, si no imposible, sentirnos plenamente humanistas sin un cierto conocimiento (interconectado) de lo que nos ha llevado hasta aquí desde el pensamiento crítico. Cultura, felicidad, dignidad.
Repasando el diálogo de JAM con los lectores de El Mundo antes de ayer (https://www.elmundo.es/elmundo/encuentros/elmundo/2018/10/25/jose-antonio-marina/) me quedo con dos conclusiones: hemos de celebrar que la humanidad ha progresado éticamente y la educación interesa muy poquito en nuestra sociedad ( como demuestra el barómetro del CIS). Pues habrá que seguir luchando por la inversión más rentable para nuestr@s hij@s y niet@s.
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