De todos los artículos de ayer sobre el gran Emilio Ontiveros, que no fueron pocos, me quedo con el de Carlos Sánchez en El Confidencial, La luz fértil del Galbraith español. Parte de una frase suya de mediados de los 80, “cuando yo empecé la universidad todos queríamos ser economistas para cambiar el mundo, pero ahora cada vez más alumnos quieren estudiar empresariales”. Premonitoria. Algunos preferimos estudiar Ciencias Económicas (y no nos ha ido mal, modestamente, como consultores de transformación durante más de 35 años initerrupidos); mi hija también está en Economía, no en ADE, a dos años de hacer un posgrado de Políticas Públicas para hacer de este mundo un lugar mejor, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide. Así era el yuppismo de los 80, con las secuelas que seguimos arrastrando.
Emilio Ontiveros Baeza, para la eternidad “el profesor Ontiveros”, no sólo daba unas clases fabulosas en la Universidad Autónoma de Madrid, que han inspirado a generaciones de economistas, sino que fundó AFI (Analistas Financieros Internaacionales) en 1987, después de haber sido Vicerrector con Raúl Villar de 1982 a 1986. Ahí es nada, un catedrático jugándosela como empresario. Porque creía en el valor de la economía (la ciencia del valor, precisamente). 35 años después, AFI cuenta con unos 120 profesionales y factura unos 13 millones de euros con un margen superior al 10%. Ahora que hablamos tanto de “aprendibilidad” (learnability), AFI se ha distinguido siempre por el paso de la formación continua como ventaja competitiva de sus analistas. Nada es más rentable que la educación.
Lo del “Galbraith español” es por la capacidad divulgativa del profesor Ontiveros más allá del aula. En prensa, radio y televisión, con un talento asombroso para explicar lo complejo. Profesor visitante en Harvard y Wharton, pionero en explicarnos la Economía Digital, comprometido con la transformación social de nuestro país, sin sectarismo (algo tan raro en un mundo tan polarizado), coescribió ‘Hablando se entiende la gente’ (2015) con dos economistas a ambos lados de sus ideas, con el mayor ánimo didáctico. Y así lo mostró en la presentación del libro en la Fundación Rafael del Pino.
Como Galbraith, y como Keynes, creía en el paso de los economistas para mejorar la situación. Por ello, fue miembro de la Comisión Asesora para la Sociedad de la Información y Comunicación del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, presidió la Ponencia sobre convergencia con UE en Sociedad de la Información, fue nombrado por el Ministerio de las Administraciones Públicas, miembro del Consejo Asesor para la Administración Electrónica y fue miembro del Consejo Asesor de Asuntos Económicos del Ministerio de Economía. Director de la Revista Economistas desde su fundación en 1983 hasta diciembre de 2011, fue miembro de Consejos de Redacción de varias publicaciones científicas y profesionales (entre ellas, la revista Ethic hasta el final de sus días) y de los Consejos de Administración de varias empresas como Mutua Madrileña, Iberdrola o Torreal. Fue miembro de “EuropeG”, grupo de trabajo de economía política sobre la Unión Europea.
En 1984, siendo un servidor presidente de AIESEC Cantoblanco (la Asociación de Estudiantes de Económicas de la Universidad Autónoma de Madrid) le pedimos a “Onti” un artículo para la revista que fuundamos, ‘Estudios de Economía’. Lo hizo con entusiasmo. Durante década y media fuimos compañeros del Programa de Direccción Financiera en Deusto, en San Sebastián, gracias a los buenos oficios de los directores del PDEF, Esteban Heredia y Juanjo Arrieta. Un regalo inigualable.
¿Qué libros leer de Emilio Ontiveros? Además del mencionado previamente, ‘Excesos‘ (2019), ‘Una nueva época‘ (2012), con Mauro Guillén y ‘El ahorrador inteligente’ (2014), con David Cano.
El profesor Ontiveros, un faro en un mundo de oscuridad. Ayer, al volver de Oporto, estuve leyendo ‘La civilización de memoria de pez’, de Bruno Patino, que es director editorial, decano de una Escuela de Periodismo (Sciences Po) y colaborador de la revista Rolling Stone.
La capacidad de atención en nuestro mundo se ha reducido a 9 segundos, equivalente a la memoria de un pez. Vivimos a golpe de tuit, repitiendo vaguedades inconsistentes. En este tratado sobre el mercado de la atención, a partir de la evidencia de los 9 segundos, se presenta el capitalismo digital en el que, a partir de 30 minutos conectados a las redes sociales hay riesgo para la salud mental (estudio de la Universidad de Pensilvania): el tiempo medio diario en China es de 3 horas, de 157 minutos en EE UU y de 92 minutos en Francia. Toda una adicción que genera ansiedad. Somos perros de Pavlov, ratones de Skinner, ávidos de dopamina. La “experiencia óptima” (Csikzentmihakyi) la utiliza Candy Crush y similares para engancharnos. Un mundo feliz.
De la utopía libertaria (para eso se supone que llegaba internet) a The Matrix, a los algoritmos cazadores de tiempo sin equilibrio posible.
¿Hay esperanza? La hay, en la medida en que no hemos nacido así. Nos hemos hecho desmemoriados. Como las cosas “no han salido como esperábamos”, es posible un cambio de vía. De la explotación de datos y los disparadores comerciales a medida (los activos no son la tierra, como en el feudalismo, sino los datos personales). Días no de 24 horas (8 de descanso, 8 de trabajo, 8 de ocio) sino 34 horas: 7 de sueño, 7 de comida, limpieza y vida social, 5 de trabajo, 12 de pantallas. “La mitad de nuestra vida es comercializable; la otra mitad lo será”.
La economía de la atención es una profecía autocumplida, un futuro distópico. Un caleidoscopio asimétrico, como las pandemias que se relatan a partir del “paciente cero”. ES la decadencia de la verdad, porque la credibilidad son los otros. En La Imagen, un libro de 1963, el investigador y bibliotecario Daniel Boorstin (15 años llevando la Biblioteca del Congreso de los EE UU) nos alertaba sobre los peligros de los “`pseudosucesos”, fabricados por la industria del espectáculo y los medios. Es el imperio de las creencias, un combate desigual de la información. En la teoría del gatekeepng (el portero) de Kurt Lewin, 1942, un pequeño número de “profesionales” informa a un gran número de ciudadanos. ¿Qué pasa si carecen de escrúpulos?
¿Nos queda algo por hacer? Si somos conscientes de la situación, podemos combatir las ideas preconcebidas (los prejuicios que impiden el diálogo), negociar sobre las normas de aplicación, presionar para que se legislen las plataformas (por nuestro propio bien) y desarrollar otras ofertas digitales, fuera de la economía de la atención.
Como colofón, el autor nos enseña que los peces de colores, en libertad, viven 20-30 años en grupo. Las peceras han destruido su sociabilidad y acelerado su mortalidad. ¿Nos suena esto, tras el confinamiento?
Mientras haya grandes economistas como Emilio Ontiveros, que nos animan al diálogo y al pensamiento crítico, a la sana ambición y a la solidaridad, algo podremos hacer par saltar de la pecera y recuperar la memoria.
La canción de hoy no podría ser otra que ‘Cuando un amigo se va’ de Alberto Cortez.
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