¡Vaya fin de semana de grandes libros! Si ayer comentaba el nuevo de José Antonio Marina, Proyecto Centauro, hoy quiero hacer lo propio con el de Michael J. Sandel, La tiranía del mérito. ¿Qué ha sido del bien común?
Michael Sandel es Premio Princesa de Asturias de ciencia sociales 2018. Nacido en Minneapolis, Minnesota (una ciudad donde he tenido el placer de vivir) en 1953, es catedrático de ciencias políticas de Harvard (imparte clases en esa prestigiosa universidad desde 1980) y uno de los grandes referentes mundiales en filosofía política. He comentado en este blog su obra Lo que el dinero no puede comprar y te recomiendo también Filosofía Pública. Ensayos sobre moral en política.
Para el Dr. Sandel, la polarización política y la desigualdad económica que sufrimos (acrecentada por este extraño virus) son consecuencia de una perversión de la idea de mérito. El autor parte del escándalo de William Singer, que obtuvo dinero de 33 padres y madres adinerados (25 M $ a lo largo de 8 años) para que sus hijos entraran en las más prestigiosas universidades de EE UU. La ética” de la admisión, el claro síntoma de una sociedad decadente. “Quienes aterrizan en la cima, quieren creer que su éxito tiene una justificación moral”. Así, la ira populista contra las élites lleva a la democracia al borde del abismo. La única solución es el bien común.
- Ganadores y perdedores. Trump y el Brexit, entre otros, se han beneficiado de ello. El descontento populista se basa en la sensación de indignidad en el trabajo, de afrenta y de impotencia. El enfoque tecnocrático de la gobernanza y la loa a los mercados nos han llevado a donde estamos. El enfoque de Reagan y Thatcher en los 80 (el Estado es el problema, el mercado es la solución), los políticos de centroizquierda (Bill Clinton, Tony Blair) que prosiguieron con la desregulación financiera, y Barack Obama, beneficiado electoralmente por la crisis económica de 2008, que mantuvo a los asesores de Clinton y rescató a los bancos. “La energía moral y el idealismo cívico que inspiró como candidato no se trasladaron a su presidencia”. La revuelta populista, dirigida contra las élites, ha minado a los partidos progresistas: el Demócrata, el Laborista, el SPD alemán, el PD italiano, el PSF galo. El ascensor social es pura retórica: sólo uno de cada cinco personas del 20% más pobre llega en su vida al 20% más rico. Es más fácil ascender socialmente en Canadá, Alemania o Dinamarca, por supuesto. 2/3 de l@s alumn@s de Harvard y Stanford proceden del quintil superior de rentas (el 4%, del quintil más bajo). “La soberbia de la élite es mortificante”. Donald Trump supo captar la política de la humillación. Porque desde Confucio y Platón a los padres de la Constitución americana, entre los méritos para gobernar estaba la virtud moral y cívica, el bien común, la educación ética de los ciudadanos. No ahora, cuando el “bien común” es meramente económico. En 1958, Michael Young escribió El triunfo de la meritocracia como una crítica hacia lo que nos iba a pasar. Su profecía se cumplió; pero el taimado Tony Blair (un mentiroso compulsivo) transformó la meritocracia en un ideal.
Sandel trata una historia moral del mérito (“Big for Good”). El mérito puede importar por eficiencia, por equidad, por justicia. Martín Lutero y su idea de la predestinación. “La Reforma protestante nació como una idea contra el mérito”. Sin embargo, Juan Calvino la transformó en una meritocracia del trabajo, como explica Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Trabajar como burros y ahorrar: la vocación como salvación. Una ética de la autoayuda y de la responsabilidad personal (“búscate la vida”). La tiranía del mérito nace de ese impulso. El ataque de Trump al Obamacare (una Seguridad Social a baja escala) y el providencialismo de centroizquierda son prueba de ella. “Al final, Estados Unidos acaba haciendo lo correcto” (Barack Obama).
La retórica del ascenso. “Vemos el éxito como los puritanos veían la salvación, no como producto de la gracia sino del puro esfuerzo”. A principios de los 80 entraban en Stanford o Harvard uno de cada cinco solicitantes; ahora, menos de uno de cada 20. Triunfalismo de los mercados (por utilidad, por libertad) desde los 80, retórica de la responsabilidad: “hacia donde tu talento te lleve” porque “puedes triunfar si pones empeño”. Ya no es así: desde la II Guerra Mundial, los hijos ganaban más que los padres. No es el caso ahora. Los pobres en la siguiente generación no se incorporan a a clase media.
Credencialismo, una de las características más irritantes de la soberbia meritocráctica. Michael Cohen, abogado de Trump, se ha dedicado por todas las artes posibles a evitar que salgan a la luz pública del presidente de EE UU durante la carrera, porque se entienden como una medida de su talento. Porque las credenciales académicas se ha convertido en un arma y la idea de educación como ascensor social (“What you earn depends on what you can learn”, Bill Clinton) resulta inútil. The Best and the Brighest es el título de un famoso libro de David Halberstam que demostraba que los listillos de Harvard de la administración Kennedy llevaron al país a la guerra de Vietnam.
La élite mira por encima del hombro y con la soberbia pasa lo que pasa. En Gran Bretaña, las personas con carrera (el 90% del Parlamento, frente a la media del 30%; uno de cada cuatro proceden del Oxford o Cambridge) gobiernan a quienes no la tienen. En el Bundestag son universitarios el 83% y lo mismo en Francia, Bélgica o Países Bajos. Es la brecha de los diplomas, el lenguaje tecnocrático, la tecnocracia frente a la democracia. De eso se beneficia el populismo (como ejemplo, el debate sobre el cambio climático, que para Trump es una cuestión de empleos). Hay dos alternativas a la meritocracia: el liberalismo de libre mercado (Hayek, Los fundamentos de la libertad, 1960) y el Liberalismo del Estado del Bienestar (“liberalismo igualitario” de John Rawls): el valor de mercado frente a la valor social.
La máquina clasificadora. James Conant (1893-1978) dio un golpe de estado tecnocrático. Siendo presidente (Rector) de la Universidad de Harvard (cargo que ocupó desde 20 años, de 1933 a 1953), creó el SAT (Test de Aptitud Académica) para evitar en el campus “jóvenes ricos y despreocupados” y promover la movilidad social. Sandel cree que su ideología meritocrática “ha ganado la partida, pero no se ha aplicado como él esperaba”. El autor del libro, que lleva 40 años dando clases en esa Universidad, omite que el Rector Conant fue un filonazi que invitó a dar el discurso de graduación a Ernst Hanfstaegel (magnate que promovió como pocos el ascenso de Hitler) y restringió el acceso de estudiantes judíos a la institución.
¡Qué “casualidad” que las puntuaciones del SAT correlacionan con la riqueza de quienes las obtienen! “El SAT ayuda a los privilegiados y perjudica a los desfavorecidos”. Por ello, amplía la desigualdad. La economista Caroline Hoxby propone la “reclasificación de la enseñanza superior”. Los ganadores se sienten heridos (destrozados psicológicamente) por “sobrecrianza”: el tiempo dedicado por madres y padres a los estudios de sus hijos se ha quintuplicado de 1976 a 2012, lo que provoca en los chicos niveles de estrés sin precedentes. En su soberbia, el credencialismo ha descuidado la calidad académica, los privilegios de los donantes, etc. Sandel propone desmantelar “la máquina clasificadora” y corregir la soberbia del mérito.
Reconocer el trabajo. Entre 1979 y 2016, los empleos industriales en EE UU cayeron de 16 M a 12 M. La media de renta lleva estancada 50 años (los precios, no. Evidentemente). La dignidad del trabajo se ha erosionado. Las tasas de mortalidad correlacionan con el nivel educativo (se habla de “muertes por desesperación”). La falta de empleo es una gran fuente de resentimiento (que aprovechan los populistas) y las finanzas especulativas no ayudan precisamente al bien común.
En conclusión, “la convicción meritocrática de que las personas se merecen la riqueza (cualquiera que sea) con la que el mercado premia sus talentos hace de la solidaridad un proyecto casi imposible (…) No somos seres hechos a sí mismos ni autosuficientes. Somos afortunados por hallarnos en una sociedad que premia nuestros talentos particulares, no merecedores de ello. Ser muy conscientes del carácter contingente de la vida que nos ha tocado en suerte puede inspirar en nosotros cierta humildad. Yo también podía estar así a no ser porque Dios o la casualidad no lo han querido. Esa humildad es el punto de partida del camino de vuelta desde la dura ética del éxito que hoy nos espera. Es una humildad que nos encamina más allá de la tiranía del mérito hacia una vida púbica con menos rencores y más generosidad”.
Este magnífico libro, que agradezco al Dr. Sandel, me ha hecho pensar sobre la multidimensionalidad del talento (que no es sólo aptitud, demostrada por los credenciales, sino actitud y compromiso), sobre la educación como forja del carácter (José Antonio Marina), sobre el supremo valor de la humildad (como virtud, no como cínico discurso) y de la generosidad para el bien común (que debe dirigir la política desde la ética), sobre la comunicación no para ganar elecciones, en términos puramente cortoplacista, sino para lograr nuestros sueños como sociedad. Creo que es posible, especialmente a partir de esta nueva guerra y esta crisis (sanitaria, medioambiental, económica y social) que llamamos Covid-19. Porque el Liderazgo está cambiando radicalmente.
Hoy he visto con m hija Zoe en Neflix ‘Enola Holmes’. Es la hermana de Sherlock Holmes y de Mycroft, educada exclusivamente por su madre. Sus hermanos se sienten muy confortables en la Inglaterra victoriana, donde han triunfado. Ella prefiere cambiar el mundo hacia una sociedad más equitativa. Toda una lección. Enola es “Alone” (Sola) al revés. Independiente, decidida, luchadora. Pero no “lonely” (solitaria); todo lo contrario. Una buena adaptación de las novelas de Nancy Springer. Te la recomiendo. Wolfang Amadeus Mozart, Charles Dickens, Thomas Hardy o Eduardo VII también tuvieron hermanas a las que eclipsaron.
La canción de hoy, ‘Kings and Queens’ de Ava Max. La nº 1 esta semana.
To all of the queens who are fighting alone
Baby, you’re not dancin’ on your own
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