Comienza una semana decisiva en la lucha contra el Coronavirus. Diez días después de declarado el estado de alarma, se espera el pico de contagiados alrededor del jueves 26 o viernes 27. Ayer el Doctor Ricardo Cubedo, médico del Hospital universitario Puerta de Hierro de Majadahonda cuyo podcast se ha hecho viral, nos aportó un hilo de esperanza respecto al Covid 19. “Antes de ayer el ritmo de la velocidad del ritmo de contagio era superior al 50%. Ayer fue de un 25%; la cifra que se ha mencionado hoy es del 14%. Si realmente esa tendencia se confirma y no hay nada que lo estropee, estaremos replicando los primeros indicios que se vieron en China y en los países asiáticos que consiguieron doblegar la infección por Coronavirus”.
Mi gratitud al Doctor Cubedo y a quienes nos informan desde la ciencia en medio de tanto bulo.
Ayer tres de los mayores pensadores de nuestro tiempo compartían con sus lectores sus pensamientos sobre esta enfermedad, la mejor y más rápidamente conocida de la historia.
El israelí Yuval Noah Harari, autor de ‘Sapiens’, ‘Deus’ y ’21 lecciones para el siglo 21′ (comentados en este Blog), escribía en Financial Times: ‘El mundo después del coronavirus‘. “Pasará la tormenta, pero las decisiones que tomamos ahora cambiarán nuestras vidas durante años”.
Harari opina que en esta crisis global, sanitaria, política y económica, hemos de actuar rápidamente. “Sí, la tormenta pasará, la humanidad sobrevivirá, la mayor parte de nosotr@s estaremos viv@s, pero habitaremos un mundo diferente”. En tiempos de emergencias asumimos riesgos que en momentos de tranquilidad jamás asumiríamos. En esta situación, Harari se refiere a dos dilemas: el primero es el de la vigilancia totalitaria y el poder de los ciudadanos. El segundo es el del aislamiento nacionalista y la solidaridad global.
En la batalla contra la epidemia, los gobiernos están utilizando nuevos sistemas de vigilancia. China monitorea los móviles de la gente, usa millones de cámaras de reconocimiento facial, obliga a sus ciudadanos a reportar su temperatura corporal y condiciones médicas, obtiene datos de quienes están próximos a los infectados. El primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu ha autorizado a sus servicios secretos sistemas de vigilancia tecnológica reservados anteriormente a la lucha contra el terrorismo. Para Netanyahu es un “decreto de emergencia”. Esto supone un cambio profundo que Harari denomina de viglancia “sobre la piel” (over the skin) a “bajo la piel” (under the skin). “Antes, cuando tocábamos una pantalla, el gobierno quería saber qué decidíamos. Ahora tiene la temperatura de nuestro dedo y la presión sanguínea”. Los gobiernos pueden pedirnos que llevemos “pulseras sanitarias” por nuestro bien para siempre: no sabemos dónde nos llevará esa vigilancia. “Es crucial recordar que la ira, el disfrute, el aburrimiento o el amor son fenómenos biológicos como una tos. La misma tecnología que identifica nuestras toses (coughs) puede identificar nuestras risas (laughs)”. La monitorización biométrica puede hacer que el hackeo de Cambridge Analytica (que dio la victoria a Trump y el Brexit) parezca de la edad de piedra. Imagina en 10 años una pulsera para cada ciudadano de Corea del Norte: si no escucha el discurso de su líder o muestra enfado al oírlo, ya sabes la consecuencia.
Bueno, las emergencias son temporales. Harari nos recuerda que en su país natal, Israel, muchas de las medidas temporales que se tomaron en 1948 para la Guerra de Independencia siguen vigentes.
Elegir entre salud y privacidad es engañoso. Hemos de disfrutar de las dos. No hace falta combatir el coronavirus desde un Estado totalitario, sino haciendo responsables a los ciudadanos (Harari recordaba los casos de Corea del Sur, Singapur y Taiwan). Las pruebas extensivas, el reporte honesto y el deseo de cooperación de un público bien informado. “Cuando a la gente se le explican los hechos científicos y confía en las autoridades públicas que aportan esos datos, los ciudadanos hacen lo correcto sin que haga falta un Gran Hermano que les cuide. Una población automotivada y bien informada es más poderosa y efectiva que una ignorante y policializada”. Harari pone como ejemplo lavarse las manos con jabón. Una medida de higiene del siglo XIX que hemos asumido como hábito.
Harari apuesta por la Confianza. En la ciencia, en las autoridades, en los medios. Son los políticos irresponsables quienes quieren llevarnos al autoritarismo (este pensador nos advirtió en Davos, enero del 2020, de los dictadores digitales). Estoy con Harari en que en tiempos de emergencia debemos evitar la comodidad de las dictaduras (que el jefe supremo tome decisiones por mí) y darlo todo por la confianza y la cooperación. Tecnologías para empoderar a los ciudadanos, no para vigilarlos. La epidemia del coronavirus es un gran examen para la ciudadanía. “Si no tomamos las decisiones correctas, perderemos nuestra libertad pensando que es la única forma de salvaguardar nuestra salud”.
El segundo dilema esencial es escoger entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global. La pandemia es mundial, con “efecto mariposa” (lo que descubre un médico en Milán puede ayudar a la población de Irán). Los gobiernos deberían compartir información y material médico (tests, respiradores). Del mismo modo que los países nacionalizan industrias durante una guerra, han de “humanizar” las líneas de producción cruciales contra el coronavirus. Los países ricos con pocos casos deberían cooperar con los demás para ganar entre todos. Y lo mismo respecto a la economía. “Necesitamos un plan de acción global. Y lo necesitamos rápido”.
Desgraciadamente, los países no lo harán. No hay conciencia global. El G7 se reunirá por videoconferencia la semana entrante y nos tememos que no logrará nada. Harari nos recuerda que en la crisis financiera de 2008 y en la pandemia del ébola de 2004 los EE UU asumió el rol de líder. La administración Trump no lo hará; ha abdicado. Prefiere “la grandeza de América” al futuro de la Humanidad. Ha abandonado a sus socios europeos, ha escandalizado a Alemania pretendiendo comprar por un billón de dólares los derechos de una vacuna de una farmacéutica germana para quedarse con el monopolio. Relaciones internacionales envenenadas, echándole la culpa a un “virus extranjero”.
Harari concluye: “La Humanidad necesita elegir. ¿Vamos por la ruta de la desunión o por el camino de la solidaridad global? Si escogemos la desunión, la catástrofe será mayor en el futuro. Si vamos por la solidaridad, no solamente venceremos al coronavirus sino a todas las epidemias futuras y a las crisis a las que nos enfrentemos en el siglo XXI”. Espléndido artículo, que da mucho que pensar.
Ayer domingo José Antonio Marina nos regaló un fantástico holograma: ‘Elogio de la guerra‘. “¿Por qué creo que venceremos pronto al coronavirus? Porque hemos adoptado una mentalidad bélica y eso provoca un colosal despliegue de energía.” Una fuente de horrores permanentemente elogiada. JAM citaba al ilustrado Kant, que tanto luchó por la Paz: “la guerra tiene algo de sublime en sí, y cuanto mayores son los peligros que el pueblo ha arrostrado, más sublime es su modo de pensar; en cambio, una larga paz hace dominar el mero espíritu de negocio (y con él, el bajo provecho propio, la cobardía y la debilidad), y rebaja el modo de pensar de la gente” y a Juvenal, el autor de sátiras del siglo I: “Nunc patimur longae pacis mala”. (Ahora padecemos los males de una larga paz). Se nos ha venido encima el lujo, más corrosivo que las armas. Ningún crimen ni acción lujuriosa nos falta desde que la austeridad romana desapareció”. Porque la Guerra lleva al límite al alma humana.
Lenguaje bélico en los discursos de Trump, Macron y Sánchez, cuando la guerra (junto con el hambre y la peste) es lo que más ha temido la Humanidad. Nos lo advirtió Aristóteles en su ‘Política’: “la mayoría de las ciudades se mantienen a salvo mientras luchan, pero en la paz pierden el temple. De esto es responsable el legislador por no haberlos educado para el descanso”. Hegel, con el valor ético de la guerra: “estado en el cual se toma en serio la futilidad de los bienes y las cosas de este mundo, y los pueblos salen de un letargo que los enferma y a la larga envilece”. La guerra, dice en otro lugar, preserva la salud ética de los pueblos “igual que el movimiento de los vientos preserva al marinero de la pereza en que lo haría sucumbir una calma duradera, tal como lo hace con los pueblos una paz duradera o, peor, eterna». Nietzsche elogie al guerrero (frente al soldado), en ‘Así habló Zaratustra’: “Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras. Y la paz, más corta que larga. ¿Vosotros decís que la buena causa es la que santifica incluso la guerra? Yo os digo: la buena guerra es la que santifica todas las causas. ¡Vivid vuestra vida de obediencia y de guerra!¡Qué importa vivir mucho tiempo!¡Qué guerrero quiere ser tratado con indulgencia!”. Max Scheler, filósofo ético, consideraba que “en la guerra se lucha por algo superior a la existencia”. La guerra como enfrentamiento espiritual. En ‘Guerra, ¿para qué sirve?’ el historiador Ian Morris defendió la tesis de que todas las mejoras políticas, sociales, económicas de que disfrutamos han surgido gracias a la guerra (como la “destrucción creativa” de Joseph Schumpeter). Porque la reconstrucción post-bélica ha sido el gran motor de progreso.
Marina distingue entre el concepto Guerra frente a la guerra real. Y pone como ejemplo al politólogo y economista francés Bertrand de Jouvenel (1903-1987), cofundador de la economía ecológica, que sufrió los horrores de la II Guerra Mundial: “Ni una participación tan general ni una destrucción tan bárbara hubieran sido posibles sin la transformación de los hombres por pasiones violentas y unánimes que han permitido la perversión integral de sus actividades naturales”. La propaganda como maquinaria de guerra: “Ella ha sostenido la atrocidad de los hechos con la atrocidad de los sentimientos”. Propaganda, como nos enseña Marina, que aviva las pasiones, las desentierra. “Todo hace suponer que el zafarrancho de combate despierta emociones ancestrales de identificación con el grupo, de movilización pasional -miedo y furia- contra un enemigo, de olvido de intereses particulares para concentrarse en los de la comunidad, por eso se relaciona con la valentía y la generosidad”. No hay cultura que no haya admirado al/ a la valiente, a quien “en momentos de dificultad no huye sino que resiste”. Estado de excepción como sensación de lucidez. ” Lo que elogiamos de la guerra no es la sangre, ni el sufrimiento, sino la movilización de las energías para conseguir un fin común, el aparcamiento de los intereses privados, la cooperación, el sentimiento de que todos podemos colaborar en un proyecto que nos supera, la resistencia, la capacidad de controlar el inevitable miedo, la repugnancia ante los egoísmos miserables y las sensibilidades superfluas.”
Después de la guerra sanitaria vendrá la económica y comprobaremos lo que hemos aprendido (como diría Carmen Pellicer, se trata de aprender, no de pasar el examen). “No somos tan miserables como pensamos. La inteligencia humana sabe seducirse a sí misma desde lejos, proponiéndose grandes fines que dan sentido y significación a lo que hacemos.” El personal sanitario no son unos burócratas sino unos héroes.
Marina finaliza con la célebre historia medieval de los tres canteros. El primero es un sufridor, el segundo un mandado; el abocado a la grandeza sabe que está construyendo una catedral. Los estudios de Gallup (2018) utilizando el cuestionario Q12 revelan que el 18% de los empleados en el mundo son como el primer cantero (activamente desenganchados). El 67%, como el segundo cantero (indiferentes, unos mandados). Sólo el 15% se sienten altamente implicados. Una pérdida de productividad que es siete veces el PIB de España. Una desconexión que va por geografías: en el norte de África y Oriente Medio están “enganchados” el 58%; en el este de Asia el 57%; en Iberoamérica el 32% y en Norteamérica (EE UU y Canadá) el 31%; en los estados post-URSS el 18%, en la Europa del Este el 15% y en Australia y Nueva Zelanda, el 14%. En Europa Occidental, el 10%; en España, el 6%. En las mejores compañías para trabajar (Top Employers) el 70%. “Lo que hace atractiva la guerra es que da significado a los esfuerzos. Para que sea atractiva la paz deberá ser capaz de hacer lo mismo” (José Antonio Marina).
El “tercer mosquetero” de estas reflexiones es el filósofo de origen coreano residente en Alemania Byung-Chul Han. He hablado de sus libros en este Blog. Ayer escribía ‘La emergencia viral y el mundo del mañana’. “Los países asiáticos están gestionando mejor esta crisis que Occidente. Mientras allí se trabaja con datos y mascarillas, aquí se llega tarde y se levantan fronteras”.
Compara las cifras de Asia y Europa. A 20 de marzo, 108 casos en Taiwán y 193 en Hong Kong; en Alemania, 15.320 casos confirmados y en España 19.980. “Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente”. Para Byung-Chul Han, son sobreactuaciones inútiles: “Los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada. Serviría de mucha más ayuda cooperar intensamente dentro de la Eurozona que cerrar fronteras a lo loco”. Si Europa es el centro de la pandemia, son los europeos quienes no deben salir del continente.
“La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo.”
No hay esfera privada con 200 millones de cámaras de vigilancia dotadas de Inteligencia Artificial. Si alguien rompe la cuarentena un dron se le acerca y le ordena volver a casa y le imprime una multa. Una distopía a lo “black mirror” (la aterradora serie británica sobre los peligros de la tecnología) que a los chinos no les preocupa. Estado autoritario y ciudadanos obedientes. “También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía”.
El filósofo coreano insiste: “Europa está fracasando. ¿De qué sirve cerrar tiendas y restaurantes si las personas se siguen aglomerando en el metro o en el autobús durante las horas punta? ¿Cómo guardar ahí la distancia necesaria? Hasta en los supermercados resulta casi imposible. En una situación así, las mascarillas protectoras salvarían realmente vidas humanas. Está surgiendo una sociedad de dos clases. Quien tiene coche propio se expone a menos riesgo. Incluso las mascarillas normales servirían de mucho si las llevaran los infectados, porque entonces no lanzarían los virus afuera”.
La fabricación de mascarillas se externalizó a China y ahora vemos las consecuencias. La “gripe española” (1918), mucho más letal que el coronavirus, no tuvo un efecto tan negativo contra la economía. ¿Por qué? Porque ocurrió en plena I Guerra Mundial. “En realidad hemos estado viviendo durante mucho tiempo sin enemigos. La guerra fría terminó hace mucho. Últimamente incluso el terrorismo islámico parecía haberse desplazado a zonas lejanas. Hace exactamente diez años sostuve en mi ensayo ‘La sociedad del cansancio’ la tesis de que vivimos en una época en la que ha perdido su vigencia el paradigma inmunológico, que se basa en la negatividad del enemigo. Como en los tiempos de la guerra fría, la sociedad organizada inmunológicamente se caracteriza por vivir rodeada de fronteras y de vallas, que impiden la circulación acelerada de mercancías y de capital. La globalización suprime todos estos umbrales inmunitarios para dar vía libre al capital. Incluso la promiscuidad y la permisividad generalizadas, que hoy se propagan por todos los ámbitos vitales, eliminan la negatividad del desconocido o del enemigo. Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación. La negatividad del enemigo no tiene cabida en nuestra sociedad ilimitadamente permisiva. La represión a cargo de otros deja paso a la depresión, la explotación por otros deja paso a la autoexplotación voluntaria y a la autooptimización. En la sociedad del rendimiento uno guerrea sobre todo contra sí mismo.”
Una sociedad debilitada por el capitalismo global, en la que la digitalización elimina la realidad. “La realidad se experimenta gracias a la resistencia que ofrece, y que también puede resultar dolorosa. La digitalización, toda la cultura del “me gusta”, suprime la negatividad de la resistencia. Y en la época posfáctica de las fake news y los deepfakes surge una apatía hacia la realidad. Así pues, aquí es un virus real, y no un virus de ordenador, el que causa una conmoción. La realidad, la resistencia, vuelve a hacerse notar en forma de un virus enemigo. La violenta y exagerada reacción de pánico al virus se explica en función de esta conmoción por la realidad”. Me ha recordado aquella escena de ‘El indomable Will Hunting’ en la que el profesor (Robin Williams) le espeta a Will (Matt Damon) que sabe mucho pero no ha vivido nada.
“Žižek afirma que el virus ha asestado al capitalismo un golpe mortal, y evoca un oscuro comunismo. Cree incluso que el virus podría hacer caer el régimen chino.” Byung Chul-Han cree que el filósofo esloveno se equivoca, “El virus no puede reemplazar a la razón”. ¿Un régimen policial digital en Europa, con estado de excepción permanente? Esperemos que no. Luchemos para que no sea así.
Y concluye: “El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa. No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.
Mi profunda gratitud a Harari, a Marina y a Chul-Han por compartir sus fructíferos pensamientos. Hemos de salir de ésta más fortalecidos, y sólo de nosotros depende (con o a pesar de nuestros gobernantes).
En mi caso, hoy seguiré con llamadas a clientes y compañer@s, Estrategia Personal con Andrés Pérez Ortega, cursos (Trilema a las 4pm, Mónica Galán a las 7 pm, Liderazgo y Aristóteles), ocio (lecturas, segunda temporada de ‘Vivir sin permiso’) y ejercicio físico (con Patry Jordan a través de YouTube). Para mañana y pasado el curso ‘HR and the Future of Work’ del Exchange HR Network de Nueva York https://www.hrexchangenetwork.com/online-events/future-of-work-2020/?ty-ur Learnability (Aprendibilidad), más que nunca.
La canción de hoy, ‘Into the unknown’ (Hacia lo desconocido), de ‘Frozen II’, por Idina Menzel, compuesta por los ganadores del Óscar Kristen Anderson-Lopez & Robert Lopez. La película, que vimos ayer en TV, nos pareció flojísima. Sin embargo, esta canción con cantos de sirena es poderosa. Frozen II recaudó 1.446 M $, en tanto que la primera parte 1.280 M $ y la última de Star Wars poco más de 1.000 M $. El poder del merchandising.
La entrada Harari, Marina, Byung Chul-Han y sus reflexiones sobre la Pandemia se publicó primero en HABLEMOS DE TECNO TALENTO.