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Aplicar el método científico a la supervivencia empresarial

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¡Cómo estoy disfrutando con Sherlock, la serie de la BBC que podemos ver en Netflix! Ya he completado la primera temporada (3 episodios de unos 90′) y voy por la mitad de la segunda (he visto el segundo episodio de tres). En total, la serie lleva cuatro temporadas (desde 2010 a 2017) y aún no se ha anunciado la quinta. Nos hace falta más Sherlock (y Watson) que nunca. Mi .gratitud a los creadores, Steven Moffat y Mark Gattis,

Hace cinco años,  la periodista y psicóloga María Konnikova (que ha publicado en el The New York Times, el Wall Street Journal, the Boston Globe, Scientific American y The Observer) escribió ‘¿Cómo pensar como Sherlock Holmes?’, un libro fascinante sobre la observación y el método deductivo.

Como sabes, el método científico se basa en distintas fases: observación, planteamiento de una hipótesis, diseñar un experimento para comprobarla, observar los resultados y, si no son los acertados, plantear otra hipótesis. Holmes es el vivo ejemplo del escepticismo y la profesionalidad científica del pensamiento.

Desde Daniel Kahneman a José Antonio Marina, los expertos nos enseñan que la mente funciona en “dos pisos”: un sistema rápido, intuitivo, reactivo, de vigilancia mental; el otro, lógico, analítico, más depurado. El primero no exige pensamiento consciente; el segundo es más costoso en términos de energía. La clave es que el más elaborado, consciente, no entra en acción a no ser que lo crea absolutamente necesario. Es una cuestión de costes: por ello la mayor parte de la gente no “piensa” demasiado: ve pero no mira (no observa), oye pero no escucha, huele pero olfatea, gusta pero no degusta,  toca pero no acaricia. Quiere pero no ama. La vida se le pasa por delante inconscientemente y no es capaz y no se compromete a apreciarla.

Cuando nuestras reacciones son automáticas, reactivas, demasiado rápidas, no juzgamos correctamente. Sólo activamos el sistema reflexivo si algo capta nuestra atención y os obliga, literalmente, a detenernos.

El éxito de los relatos de Arthur Conan Doyle (y de la mencionada serie de TV) se basa en que le pone nombre a los dos sistemas (rápido y lento, de inteligencia computacional e inteligencia ejecutiva, inconsciente y consciente): Watson y Holmes. El médico del ejército es el sistema ingenuo, el más común. El famoso detective es el que exige vigilancia, tiempo, energía y preparación.

María Konnikova nos enseña a pensar como Holmes a partir de la idea del “desván del cerebro”:

  • El desván del cerebro: Qué es y qué contiene.

“Considero que el cerebro de cada cual es como una pequeño desván vacío que vamos amueblando con elementos de nuestra elección”. “Un necio echa mano de cuanto encuentra a su paso, de modo que el conocimiento que pudiera serle útil, o no encuentra cabida o, en el mejor de los casos, se halla tan revuelto con las demás cosas que resulta difícil dar con él. El operario hábil selecciona con sumo cuidado el contenido del desván de su cerebro” (Arthur Conan Doyle, ‘Estudio en Escarlata’). sabemos por la neurociencia que disponemos de una memoria a corto u otra a largo plazo (el paso de una a otra se denomina “consolidación”). En función de las emociones que ha provocado, unos recuerdos se almacena, otros se desechan y muchos nunca llegan al “desván”. De nosotr@s depende, en principio, que la información guardada sea inservible o valiosa. Si queremos acordarnos de algo, debemos centrar en el recuerdo nuestra atención, utilizar la voluntad (¡Quiero acordarme de esto!) y solidificarlo hablando de él con otra persona y/o repasándolo mentalmente.

Tanto Sherlock Holmes como John Watson hacen juicios con rapidez, pero las conclusiones que alcanzan varían. Por ejemplo, en ‘El signo de los cuatro’, Watson se deja llevar por el atractivo de Mary Morstan. Sherlock replica: ““Eso no importa. Los factores personales son antagónicos del razonar sereno. Le aseguro que la mujer más encantadora que yo conocí envenenó a tres niños; en cambio, el hombre físicamente más repugnante de todos mis conocidos es un gran filántropo”. Cuidado con esa predisposición, porque ““una vez expresada y establecida una proposición, el entendimiento humano fuerza todo lo demás para añadirle apoyo y confirmación” (Francis Bacon). La profecía trata de auto-cumplirse. El estado de ánimo influye en el juicio (es lo que técnicamente llamamos “heurísitca afectiva”). Por ejemplo, si estás de mal café puedes tomar pésimas decisiones.

Ante la belleza de Mary, Watson trata de que las imágenes encajen con su juicio previo (“heurística de la representatividad”) y se activan sus asociaciones con las circunstancias más recientes (“Efecto de recencia”). En definitiva, “todo es bueno en Mary” ((efecto Halo)  y lo negativo se debe a causas externas (“sesgo de correspondencia”). Watson está fascinado (“fascinar” en latín era “encantar, hechizar”). Holmes sabe que esas impresiones  (no me gusta llamarlas “intuiciones”) son poderosas, si bien muy inexactas.

  • Amueblar el desván del cerebro: el poder de la observación

Cuando Holmes y Watson se encuentran por primera vez,  el detective señala que el médico viene de tierras afganas. ¿Cómo puede saberlo? “Hay delante de mí un individuo con aspecto de médico y militar a un tiempo. Acaba de llegar del trópico, porque la tez de su cara es oscura y ese no es el color suyo natural, como se ve por la piel de sus muñecas. Según lo pregona su macilento rostro ha experimentado sufrimientos y enfermedades, y le han herido en el brazo izquierdo… ¿En qué lugar del trópico es posible que haya sufrido semejantes contrariedades? Evidentemente, en Afganistán”.

Observación con O mayúscula, ¡qué poco se practica! La atención es un recurso limitado, que requiere de foco (qué observar) y de práctica (cómo hacerlo). La consciencia es la millonñesica parte de la información; la retina capta 10.000 M de bits/segundo, y sólo llegan a la corteza visual 10.000 bits. El cerebro recibe 11 M de datos a cada instante; el estado de ánimo los “filtra”. La serenidad resulta esencial para el juicio. Es evidente el olor (agradable, desagradable), pero también el tacto: frío o cálido, pesado o ligero. Holmes cuenta con la ayuda de los sentidos y aprende a controlarlo, no se deja levar por ellos inconscientemente.

De ahí la importancia del Reto, de elevar las propias capacidades a la altura de ese desafío (lo que Csikzentmihalyi llamó “flow” o fluidez) y de perseverar hasta encontrar una respuesta. Es la apuesta por el observador holmesiano.

  • Explorar el desván del cerebro. la creatividad y la imaginación

La imaginación es el paso esencial entre la observación y la deducción. Se trata de ir más allá de las respuestas supuestamente obvias, y hemos de entrenarnos para ello. La “vía Watson” de la acción apresurada nos lleva a las soluciones de siempre (la llamada “fijación funcional”): los objetos para lo que nos han dicho que sirven (cuando Picasso utiliza unas astas de toro como manillar de bicicleta, sorprende).

La imaginación ha de tener su espacio en el desván cerebral. Holmes se entusiasma, toma los casos como un juego y, siendo frío en sus deducciones, se divierte, y mucho (nosotr@s con él). No es un robot, no es un autómata, sino un ser sumamente creativo, que explora posibilidades. Frente a los protocolos estándar de la policía londinense, Sherlock se toma su tiempo (tocar el violín, fumar en pipa) para responder convenientemente. Un paseo (como los que hacía frecuentemente Conan Doyle) u otro tipo de ejercicio lleva el problema del consciente al inconsciente.“Creo que el genio depende del sitio” (Holmes, en ‘El valle del terror’). La imaginación suele bloquearse en los lugares habituales y expandirse en los nuevos, en aquellos con alma.

Visualización (tan empleada en el deporte de alta competición, tan valiosa). “¡No penséis, solo mirad!”, enseñaba Ludvig Wittgenstein. La mente quiere acabar cuanto antes, pero la creatividad necesita tiempo.

  • Usar el desván del cerebro: deducir a través de los hechos

La deducción es el broche de oro. Es cuando Holmes pronuncia su famoso “elemental” (que en traducciones como al castellano se ve acompañado de “querido Watson”). Sin embargo, la deducción es difícil porque no suele ser lineal y al cerebro, para ahorrar en energía, la linealidad le encanta. Tendemos a deducir sin datos, dejándonos llevar por lo más reciente o pensando en datos que no guardan relación (“preactivación”), sin separar los aspectos cruciales de los accesorios. Si partimos de información falsa y la tomamos como verdadera sin contrastarla (“efecto de desinformación”).

“No hay nada que aclare tanto un caso como el exponérselo a otra persona”, le dice Holmes a Watson. Cuando tienes que explicar algo, separas lo esencial de lo accesorio. En la deducción hay que apurar todas las opciones.

 

Atender, observar, imaginar, deducir. El método científico es simple (cuatro fases), pero no sencillo. Hay que entrenar mucho.

Un par de ejemplos de nuestro mundo. Uno es el artículo de ayer en El Mundo, ‘El Liderazgo político del futuro’, de Íñigo Alli:

http://www.elmundo.es/opinion/2018/08/13/5b6ffcb122601dee708b4607.html

Según el autor, el Liderazgo será integrador o no será. Parte del libro ‘La democracia sentimental’, de Manuel Arias Maldonado, a quien considera “una de las mentes jóvenes más brillantes en España”: desdeñamos el razonamiento por nuestros sentimientos (de ahí el Brexit o Trump). “Por tanto, si hemos sufrido una crisis como jamás habíamos imaginado, si seguimos viviendo en cada instante el miedo por las incertidumbres, si han revertido las desigualdades antes supuesta y ficticiamente superadas, y si desde el extremismo terrorista internacional acechan riesgos contra las raíces de nuestros valores, podríamos pensar que estamos cavando la fosa común del cuerpo social soñado que fue Europa. No quiero un espacio colectivo peor para nuestros hijos porque gran parte de la culpa del oscuro sentimiento tribal es nuestra: de la propia sociedad civil, de la ciudadanía. Y, explícita y definitivamente, de los partidos políticos. De nosotros, los políticos”, escribe Íñigo. Y añade: “¿Qué guía hoy a los líderes políticos?, ¿la verdad?, ¿la ética?, ¿el bien común? o ¿sus ambiciones y sus frustraciones? ¿Cuál es el rigor intelectual de los más cercanos a los líderes? ¿Cuáles son las verdaderas motivaciones de los políticos de mayor confianza del líder, contribuir a la toma de las mejores decisiones o su necesidad de perpetuarse en los sillones de poder como única salida profesional propia?

Pudiera ser que los partidos hayan dejado de ser espacios deliberativos de razonamiento para convertirse en lugares comunes de argumentarios en forma de decálogo que contenten y no haga pensar a sus militancias, unos afiliados cada vez menos implicados porque nunca sintieron como ahora la falta de liderazgo integrador. Los militantes son hoy los héroes anónimos trapecistas sobre la delgada cuerda entre la desafección social hacia los políticos profesionales y el mensaje a golpe de WhatsApp del Aparato del partido”.

¿La solución que nos propone? “Los partidos políticos deberían estar acampados en las puertas de las escuelas de negocio para captar a los que sobresalen en liderazgo y en ética. En las escuelas de Formación Profesional y en las universidades para atraer a sus talentos. Deberían encumbrar a los que mayores méritos y capacidades atesoren, abandonando la indigna rutina de promover a los más palmeros. Los que jamás reconocerán al rey desnudo ante él. Los profesionales de repeler cualquier atisbo de transformación. Los que defienden que «jamás se echó a nadie de la política por no hacer nada» o que hacen todo lo posible para que continúe todo igual. Hace falta más refinamiento intelectual, menos egos inflados. Más especialización, menos generalistas beligerantes. Más ideas, menos decálogos en negrita. Más crítica, menos ombliguismo. Más actitud por entender la diferencia, menos espejos mágicos”.

Desde la mejor voluntad, el diputado de UPN, ex directivo de caja Navarra y PDG por el IESE el año pasado  da un salto mortal desde el diagnóstico a la solución: ¿Cómo va a atraer la política a los mejores talentos si está tan mal pagada? ¿Cómo no va a “promover a los más palmeros” si en los partidos políticos (los nuevos y los viejos) funciona la ley de hierro”? ¿Cómo va a haber Transformación, con mayúsculas, si “jamás se echó a nadie de la política por no hacer nada”? El Liderazgo es precisamente eso.

El segundo ejemplo es la baja calidad directiva de la empresa española, salvo excepciones. La tasa de mortalidad de las compañías se ha quintuplicado en las últimas décadas, básicamente porque la gran mayoría de nuestros directivos y empresarios no saben distinguir en la práctica entre un gasto y una inversión. Los gastos (a menos de un año) hay que optimizarlos, eficientemente. Las inversiones hemos de rentabilizarlas. En organizaciones cuyo valor es en más del 95% activos intangibles (Capital Humano, Marca, Capital Clientes, Expectativas de futuro), si no invierten en atraer y seleccionar a los mejores, en un Modelo de Liderazgo Propio, en un Mapa de Talento (desempeño y potencial) , en Conversaciones de Carrera, en Coaching de verdad (no en sucedáneos de baratija), en Desvinculación profesionalizada (que no ponga en riesgo la Reputación de la compañía), está destinada a desaparecer aceleradamente. Lo vemos todos los días. No hay rentabilidad mayor que la de las inversiones que se destinan a la pura supervivencia de la empresa, a adaptarse a los cambios del entorno.

 

Ayer disfruté de la película ‘No soy un hombre fácil’ (2018), de Eleonore Pourriat en Netflix. Es la historia de un machista irredento que prueba su propia medicina cuando entra en un mundo dominado por las mujeres. Glenn Kenny, en The New York Times, escribió: “Una propuesta torpe que apenas compensa”. No estoy de acuerdo en absoluto. Me parece una historia sutil del sexismo imperante; muy recomendable por mi parte. Necesitamos la inclusión consciente.

Este es el trailer:

 

 

De su banda sonora, una versión muy curiosa del ‘You are the one that I want’ (Grease) de Lo-Fang:

 

 

 

 

 

 

La entrada Aplicar el método científico a la supervivencia empresarial se publicó primero en HABLEMOS DE TALENTO.


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