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O mejoramos nuestra clase empresarial o todas las reformas laborales fracasarán

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Anoche fui a ver la última de Woody Allen, ‘Irrational man’. Trata de un profesor de filosofía, Abe Lucas (Joaquín Phoenix), que tiene fama de liarse con sus alumnas, conoce a una de ellas, Jill (Emma Stone) y recupera el deseo de vivir tras cometer un “acto existencial”.
Me confieso fan de Woody Allen, y por eso fui a ver su película 80 a los 80 (que cumplirá a final de año). Sin embargo, esta es un bodrio. Como decía Napoléon, “de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso”. El guionista y director exprime el argumento (la supuesta moralidad de un asesinato) con ideas de grandes filósofos, de Kant a Sartre y Heidegger, cogidas con alfileres (“Si los nazis te preguntaran dónde está Ana Frank, ¿no les mentirías?). Emma Stone, su nueva musa, está solvente… pero poco más. La música de jazz de la película (The ‘In’ Crowd, de Ramsey Lewis Trio) no llena precisamente la cinta. En una entrevista reciente, Woody comentaba que pretende que su película “sea interesante para el público” y que “respetarse a sí mismo como artista es lo más difícil”. Lástima. ‘Irrational man’ me ha recordado la diferencia entre eficiencia (hacer lo que hay que hacer, en este caso para la audiencia, con los menores recursos posibles) y austericidio (ya no haces lo que hay que hacer, no cumples con el propósito de calidad). Imagina que diriges una pequeña cafetería. Puedes llevarla con tres camareros en lugar de con cuatro si los lideras bien, como equipo; si tratas de tener solo un camarero, mal pagado, poco preparado, nada comprometido… adiós al negocio”.
 
Ayer viernes el economista José Carlos Díez publicó en El País ‘Empleo joven: escaso y precario’. Es el artículo siguiente:
Esta semana la OCDE publicaba un informe sobre empleo joven temporal involuntario, que reflejaba que España es líder mundial destacado con el 22%. La versión oficial es que la reforma laboral ha sido un éxito, pero el FMI nos pide una nueva reforma. Y las estadísticas confirman que los jóvenes han sido los más perjudicados por la precarización de las condiciones laborales y la deflación salarial.
Desde la reforma laboral de 2012, 700.000 menores de 35 años han perdido su empleo. Más preocupante aún es que hay 1,2 millones de activos menos. Cuando los ciudadanos en edad de trabajar que no trabajan dejan de buscar empleo es la prueba del algodón de que el mercado laboral no ofrece oportunidades de trabajo atractivas.
Muchos jóvenes, con buen criterio, deciden ampliar sus estudios para tener mayor probabilidad de encontrar un empleo con un salario mejor. El resto deciden emigrar. Es una decisión lógica, pero desde el punto de vista social es un fracaso colectivo. Gastamos mucho dinero de nuestros impuestos para formarles y luego generan actividad y pagan impuestos en otro país.
España lidera la tasa de paro joven próxima al 50% y además hay subempleo, por lo que la situación es dramática. Pero lo más preocupante es que en el último año el empleo joven sigue cayendo con mucha intensidad, un 2,5% anual. Y la población activa joven cae con más intensidad, un 5% anual. Y más preocupante aún, el empleo cae a pesar de la subvención del Gobierno a la contratación.
La prioridad es hacer un diagnóstico realista. Rajoy dice que en economía no hay que cambiar nada. Si no cambiamos nada en la próxima legislatura tendremos la mayor emigración de españoles desde la posguerra. España necesita un nuevo contrato social que ponga a los jóvenes y los parados de larga duración en pobreza severa en el centro de las decisiones.
La deflación salarial y la precariedad en el empleo aumentan cada día el agujero negro de la Seguridad Social, que gasta 35.000 millones más de lo que ingresa. Por eso Rajoy no para de meter la mano en la hucha. Si los jóvenes no mejoran sus condiciones laborales, debemos ir olvidándonos de cobrar pensión. Un contrato social es un compromiso de los que están con los que se fueron y con los que vendrán.
Evidentemente, necesitamos una nueva regulación laboral. Que huya del proteccionismo o condenará a esa generación de jóvenes al desempleo y a la emigración. Necesitamos una regulación que combine la flexibilidad necesaria para que nuestras empresas puedan adaptarse con éxito a la globalización y la revolución tecnológica y que mejore la seguridad y la calidad del empleo.
Pero sobre todo necesitamos una reforma empresarial. O mejoramos nuestra clase empresarial, el gobierno corporativo de las empresas y hay una apuesta decidida por el capital humano y la economía del conocimiento o todas las reformas laborales fracasarán. Ya lo hicimos en los años ochenta. Volvamos a hacerlo, sin excusas ni lamentos. Nuestros jóvenes y nuestros parados se lo merecen.”

Estoy plenamente de acuerdo con José Carlos sobre lo que él llama “reforma empresarial”. Básicamente, la mejora de la calidad directiva, del liderazgo. En los 80 se logró con un relevo generacional en la dirección. Tres décadas después, es cuestión de voluntad. Tenemos algunos directivos muy buenos, muy profesionales, y muchísimos manifiestamente mejorables, que se comportan como jefes tóxicos. La paradoja es que quienes suelen pedir coaching son precisamente l@s buen@s, las personas conscientes de sus oportunidades de mejora. Mi gratitud a esas personas. Quien tiene un buen jefe, tiene un tesoro.       

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