Regreso de Bilbao, reunión de presentación de una propuesta de Desarrollo de Liderazgo en una empresa cliente que ha triplicado el número de empleados y almuerzo en Nikkei 225, un espléndido restaurante japonés en Castellana, 15.
He estado leyendo el libro ‘Conversaciones con Steve Jobs: un revolucionario silencioso’, en el que se recogen tres extensas entrevistas del cofundador de Apple que hace unos días (24 de febrero) habría cumplido 60 años: en Playboy (1985), para la Smithsonian Institution (1995) y junto a Bill Gates (2007).
Como comenté en su día, no me gustó demasiado la voluminosa biografía de Jobs escrita por Walter Isaacson. No sorprendía, no destacaba su talento y más bien le mostraba como un tirano caprichoso. Isaacson había escrito las biografías de Einstein y Benjamin Franklin, y tal vez por eso fue llamado por Steve. Sin embargo, el texto evidenciaba que su vida no era precisamente “paralela” al mayor genio científico del siglo XX y a uno de los grandes fundadores de EEUU.
La primera de las conversaciones del libro tuvo lugar tras la Super Bowl del 84, en el que se mostró el mejor anuncio de la historia, el de Ridley Scott para Apple (Macintosh: “para que 1984 no sea 1984). David Sheff, de Playboy, muestra a un Jobs apasionado por la educación, que desea regalar un Mac a cada colegio, que esperar “transformar el ordenador personal en un electrodoméstico” y que espera, en un alarde de entusiasmo, llegar con su invento “a diez millones de personas” (sí, a 10 M). Imagina que convergerán el teléfono y el PC y que se desarrollará internet. Jobs tiene entre sus héroes a Edwin Land (se da la circunstancia de que Polaroid le echó, como Apple al propio Steve), porque “se situó entre las humanidades y las ciencias”.
Diez años más tarde, Daniel Morrow le entrevistó para la Smithsonian Institution. Jobs insistió en que “hay muy poca distinción entre un artista y un científico o un ingeniero de alto calibre” porque son “personas que siguen diferentes caminos pero tienen el mismo objetivo, que es expresar algo de lo que ellos perciben, la verdad a su alrededor, para que otros puedan beneficiarse de ella”. En ese momento Jobs está fuera de Apple (ha sido desvinculado, no muy elegantemente) y se ha embarcado en el proyecto de Pixar. Aprovecha la entrevista para criticar a John Sculley (CEO de Apple que corrió su misma suerte). Como todos sabemos, volvería a la compañía de la manzana en 1997, dos años después de esta segunda entrevista. Su proyecto de donar ordenadores a los colegios (que, por desgravaciones fiscales, le habría costado una miseria) chocó en la Cámara de Representantes con Bob Dole (futuro y fallido candidato a la presidencia). En California, sí pudo hacerlo con 10.000 escuelas. Y se deshace en elogios por ‘Toy Story’, aún no estrenada. Una película que “combina el arte con la técnica”.
La tercera y última entrevista del libro tuvo lugar hace ocho años. En la conferencia D5 se encontraron dos titanes de las nuevas tecnologías, Bill Gates y Steve Jobs, moderador por Kara Swisher. Los dos se alaban mutuamente, cuentan que durante una década han mantenido una “relación en secreto” entre ellos. En un momento en el que el software estaba controlado por Lotus, Gates entró en escena. Y Jobs pronosticó que los avances estarían precisamente en el software y no en el hardware (craso error). Ninguna alusión a las acusaciones de plagio de hace años.
Lo que más me ha gustado de estas “conversaciones” es lo que dice Bill Gates sobre el talento de su amigo/rival: “Daría lo que fuera por tener el buen gusto de Steve Jobs. Las cuestiones que a mí me parecían de ingeniería, él las decidía basándose en las personas y en el producto, algo difícil de explicar. Hace las cosas de una manera diferente, me parece algo mágico”.
Mi gratitud a María José, Jaime y José Luis, que me han hecho pasar un día excelente.