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Liderar es una forma de ser

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Jornada en Madrid, entre los pasados días en Atenas y los próximos en Bilbao. Reuniones con el Centro de Excelencia para la revisión de propuestas Premium (Right Management invierte en su Centro de Excelencia internacional unos 5 M $ en I+D+i) y comida con amigos y compañeros en Kilómetros de Pizza. Mi gratitud a los comensales y al anfitrión, con quienes hemos pasado un rato muy agradable en uno de los lugares con mejores pizzas del planeta (mérito de Jesús Marquina, el cuatro veces campeón del mundo).
Por la tarde pude asistir a un ejercicio de liderazgo muy interesante. El presidente del grupo empresarial pretendía poner a sus 100 principales managers un vídeo del CEO corporativa. Por esas cosas de la tecnología, el audio no funcionó. El 80% de los primeros ejecutivos habría perdido la compostura y montado un guirigay (el miedo, desgraciadamente, es la emoción más común en las organizaciones, con un 38% de frecuencia). Otros habrían eliminado el vídeo en cuestión y continuado con su presentación. Él, sin embargo, optó por “la vía menos transitada” (Robert Frost). Mantuvo la calma, presentó el vídeo y fue comentando las imágenes como si tal cosa. Un ejemplo, gran ejemplo, de la serenidad y la autoconfianza que definen el Liderazgo en la práctica. En los “momentos de la verdad”, es cuando comprobamos las conductas reales de un directivo.
Me gusta la referencia que Loles Sala, directora del Human Age Institute, hace al respecto. Citando a nuestro gran amigo Mario Alonso Puig, comenta que “liderar es una forma de ser”. Efectivamente. Liderar es mostrar conscientemente una serie de hábitos.
Liderar es optar por el reto, por el proyecto, por los sueños, por el presente y el futuro. Anticipar el éxito que deseamos y esforzarse en alcanzarlo. Frente a las añoranzas y las quejas, liderar es apostar por el porvenir. “La mejor manera de predecir el futuro consiste en inventarlo” (Alan Kay).
Liderar es optar por el equipo (un grupo humano que genera sinergias), por la cohesión, por el talento colectivo, por la inteligencia colaborativa, frente al individualismo. Significa saber gestionar los egos desde ese ejemplo personal que contagia. Liderar es centrarse en el “nosotr@s” (no hay equipo sin líder ni líder sin equipo) por encima del yo.
Liderar es optar por el compromiso más allá de la capacidad. Es inspirar, es potenciar el entusiasmo (efecto espejo), es tener expectativas positivas sobre los demás, es ser optimista inteligente, es desarrollar y entrenar a las personas que forman parte del equipo. Frente al inmovilismo y el estado de ánimo negativo, es generar un clima de alto rendimiento (satisfacción, desempeño, crecimiento).
Fácil de decir y difícil de hacer. Por ello, cuando un@ encuentra momentos en los que el Liderazgo aflora, debe reconocerse.
Mi gratitud y admiración a l@s verdader@s líderes. Son apenas un@ de cada seis directiv@s a nuestro alrededor, menos de la mitad de los “jefes tóxicos” y una tercera parte de l@s mediocres. Por ello, quien tiene un auténtico líder tiene un tesoro. Como dice la canción, “que lo cuide, que lo cuide”.
Una recomendación. Si no has leído La Contra de ‘La Vanguardia’ hoy, no te la pierdas. Es una entrevista de Lluis Amiguet a John Cleese (Monty Python: ‘La vida de Brian’; ‘Un pez llamado Wanda’), que ha participado en el Foro Mobile Congress: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.
Ana Pantaleoni, en El País, escribía sobre Cleese:
“Ni la gripe que arrastra, ni la tos que le interrumpe, ni el maldito antibiótico logran ponerle de mal humor. John Cleese (Somerset, Inglaterra, 1939) extiende sus largos dedos para contar las mujeres con las que ha contraído matrimonio, cuatro en total, y afirma con una sonrisa: “Es tan bonito encontrar el verdadero amor a los 75...”. Y sigue tosiendo mientras intenta beber un zumo de naranja y habla de sus trabajos. Cleese protagonizó en julio pasado el regreso de los Monty Python junto a Terry Gilliam, Eric Idle, Terry Jones y Michael Palin en un recinto de 14.500 plazas. Querían comprobar si aún podían divertirse y, según el actor, lo lograron. “Fue genial. Necesitábamos casi un millón de euros por un problema judicial y alguien nos aconsejó: ‘¿Por qué no hacéis un show?’. Fue un acierto llevarlo a un espacio tan grande. Acabó siendo un espectáculo completamente diferente con una audiencia extraordinariamente internacional, con gente llegada de Polonia, Israel y Brasil”, cita con orgullo.
Cleese asegura que no se ríe con nadie tanto como con los Monty Python. Pero inmediatamente se corrige: “Bueno, con mi mujer igual que con ellos”. Sin embargo, los Monty Python no repetirán. “Michael no quiere, aunque algunos de nosotros creemos que hubiera sido divertido repetir los shows en Estados Unidos, porque tenemos muchos fans”.
Prefiere no entrar a juzgar a los cómicos de hoy. Dice que, a su edad, se dedica a leer y a ver a sus amigos, pero “para nada” piensa en retirarse. Hace unos meses publicó su autobiografía. “Nunca he dejado de trabajar, aunque los últimos siete años lo he hecho solo por dinero, para pagar a mi exmujer los 20 millones por la pensión que dictó un juez de California”, admite con sinceridad inusual en una estrella. “Ahora que ha acabado todo, trabajaré solo en las cosas interesantes porque estas nunca se pagan tan bien como las que no lo son: si trabajas para un culebrón te pagan un montón de dinero, pero para una pequeña obra realmente interesante, no”.
Cleese cree que ahora le gustaría volver a hacer documentales, prepara una comedia de un autor francés y empieza a montar el musical de Un pez llamado Wanda junto a su hija. Pasará unos días en Barcelona, ciudad de la que venía Manuel, el conocido camarero de la serie Fawlty Towers, creada por Cleese y Connie Booth, que emitió la BBC. “No fui consciente hasta hace una semana de cómo funcionó la serie en España. La única razón por la que situé a Manuel en Barcelona era porque en aquella época en Londres había muchos españoles que habían venido a trabajar como camareros. Tenías suerte si lograbas que te llegara a la mesa lo que habías pedido”. Gleneagles Hotel, en Torquay, el hotel en que se inspiró Fawlty Towers, cerrará. Lo desconocía. De hecho, no ha sabido nada de ellos desde 1975, cuando viajó con el equipo para empaparse del escenario.
Cleese ha vuelto a Barcelona para entregar los premios que otorga la industria de la telefonía en el Mobile World Congress, ceremonia que ayer mantuvo al actor en el escenario más de tres horas. “Puedo entender la física, pero no la tecnología. Estudié Física en Cambridge. No entiendo por qué los teléfonos tienen tantas aplicaciones. Mi hija, que vive en California, para la única cosa que no usa el móvil es para llamar”. Le preocupa lo que pueda pasar: “Empezamos pensando que la tecnología nos serviría y hemos acabado organizando nuestra vida a su alrededor. Sospecho de algunas tecnologías porque impiden que la gente piense; hay que usarlas con sumo cuidado”. Un hombre no tecnológico rodeado de móviles: curiosa elección la del Mobile.
El actor acabó pidiendo uno de esos teléfonos diseñados para gente mayor. Los presentes aplaudieron mucho a John Cleese, que podría haber sido Cheese si su padre no se hubiera cambiado el apellido. ¿Cómo hubiera sido su vida? Sonríe: “Pues mucho más fácil. Yo sería Juan Queso”.”
Tuve la suerte de compartir con John Cleese toda una jornada de formación de Tom Peters en Londres hace unos años. Una persona muy especial. Pronto publicará su Autobiografía, que leeré con pasión.


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