Ayer domingo pasamos Zoe y yo buena parte del día en la Ciudad del Vaticano, recorriendo la Basílica de San Pedro y los museos. La Iglesia Católica, en sus inicios perseguida por el Imperio Romano, a partir de Constantino convertida en la religión oficial, fortalecida durante la Edad Media, muy poderosa desde el Renacimiento hasta las revoluciones del siglo XIX y en decadencia desde el siglo XX. Una institución bimilenaria.
Es curioso que en Roma muchos de los recuerdos (souvenirs) para turistas estén asociados al Papa Francesco (así, en italiano y sin numeración, al ser el primer Pontífice con ese nombre)… y a Totti.
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio, nacido en Buenos Aires hace 77 años y elegido 266º Papa el 13 de marzo de 2013 (tras la renuncia de Benedicto XVI), es de ascendencia italiana. Su lema de pontificado es “Miserando atque eligendo” (Lo miró con misericordia y lo eligió). Es el primer jesuita en llegar al pontificado y eligió el nombre, obviamente, por San Francisco de Asís (1181-1226). En las postales, calendarios, muñecos que mueven la cabeza el Papa Francesco aparece frecuentemente con gafas, sonriendo, como una persona bondadosa, simpática, alegre y positiva. No hay rastro (en lo que a los recuerdos populares para visitantes se refiere) de su antecesor, el Cardenal Ratzinger. Sí, en cierta medida, de Juan Pablo II.
Junto al Papa actual, destacan los souvenirs de Francesco Totti. Futbolista de 37 años, es delantero de la AS Roma desde hace 22. Con el club romano ha obtenido una Serie A (la Liga del país), dos Copas y dos Supercopas. “Il Capitano” obtuvo el Campeonato del Mundo en 2006. Mide 1’80 m, posee una gran fortaleza física y ha marcado 290 goles con su club. A Totti los medios le llaman ‘Il Gladiatore’, lo que no es de extrañar en la capital del Coliseo. Muchos piensan que los futbolistas de élite son los modernos gladiadores (Panem et circenses).
El sábado estuvimos en La Feltrinelli, una de las mejores librerías de Roma, en la Via del Corso junto a la Rinascente y a Zara. Buscaba algún libro del primer ministro italiano Matteo Renzi. No encontré ninguno de interés (sí los hay: ‘Il Berluschino’, de Michele de Lucia, publicado en mayo, y uno con su nombre, de David Allegranti, publicado en febrero de 2011, sobre el entonces alcalde de Florencia, además de varios del propio Renzi). La razón de tal escasez es, según los propios italianos, que “se trata de un PM salido de una crisis parlamentaria, que no ha ganado su puesto en las urnas”. Por cierto, tampoco hay tanta literatura sobre el nuevo Papa (y sus predecesores) como en nuestro país. Entre las novedades, además de la versión italiana del libro de Hillary Clinton, uno sobre Enrico Berlinguer (fundador del Eurocomunismo).
A sus 39 años (cumplirá 40 el próximo 11 de enero), el primer ministro Renzi tal vez sea un reformista, pero no un reformador. El Presidente del Consejo de Ministros de la República de Italia (desde el 22 de febrero de este año) y Presidente de turno de la Unión Europea (este semestre, desde el 1 de julio) es consciente de que el PIB italiano está al nivel del año 2000 (ha decrecido un 0’2% en el último trimestre), un 10% por debajo de 2007 y la renta per cápita no ha crecido desde 1998 (más de década y media). En este precioso país no ha habido burbuja inmobiliaria, y sin embargo la deuda/PIB está en el 130%. No hay inflación ni elevación de la población (la tasa de natalidad es una de las más bajas del mundo). “Este país podría ser Japón” (Ángel Ubide, 17 de agosto de 2014).
Este experto en Economía Internacional que trabaja en Washington considera que los paralelismos no acaban ahí. En 2001 fue elegido Junichiro Koizimi como un soplo de aire fresco: joven, guapo, excéntrico, carismático… Prometía “reformas sin vacas sagradas”. Ubide bromeaba diciendo que la única diferencia con Renzi es el peinado.
Su proyecto estrella fue la privatización del sistema postal, que se logró, pero a un horizonte lejanísimo, más de 10 años. El resto quedó en “agua de borrajas”.
Ángel Ubide comentaba en el mencionado artículo: “Italia se enfrenta a un escenario parecido. Tras varios intentos fallidos, Renzi consiguió finalmente acceder al poder del Partito Democratico y a la cabeza del Gobierno italiano, y revalidó su posición con una victoria sólida en las elecciones europeas. La plataforma de Renzi era sencilla: juventud, carisma, ruptura con el pasado, y reformas. Parecía que finalmente Italia había conseguido espantar el fantasma de Beppe Grillo y acometer el relevo generacional, liberarse de la gerontocracia gobernante y elegir a su koizumi, la esperanza para, como mínimo, liberar el país del corsé generado por dos décadas de berlusconismo.
Pero han pasado ya varios meses desde su llegada al poder, y urge saber si Renzi lleva camino de ser como Koizumi —mucha fachada, poca acción— o si de verdad tiene un plan. Por ahora, las dudas aumentan. Su plan económico parece frágil, y ya está cometiendo el error de ignorar a su ministro de Economía y confiar solo en sus asesores (el gran error que cometió José Luis Rodríguez Zapatero en su segundo mandato), y de debilitar la autoridad de su comisario de racionalización del gasto, Carlo Cottarelli. La paciencia en Bruselas y en Fráncfort se está empezando a agotar. Las promesas iniciales de una reforma al mes ya se han incumplido. Quizás ese plan fuera demasiado ambicioso, y hasta contraproducente: las reformas, por definición, siempre generan efectos colaterales, y el conjunto de estos puede acabar siendo dañino para el bienestar del país. Quizás sería mejor identificar las dos o tres restricciones que más limitan el crecimiento del país, y eliminarlas. Todo es más lento en Italia: renovar plantillas, crear empresas, resolver pleitos. Hay mucho donde elegir para actuar con decisión. El Fondo Monetario Internacional (FMI) identifica cuatro áreas: mercado de trabajo, competencia, pymes y sistema judicial. Crear las condiciones para aumentar el tamaño de las empresas es fundamental, como discutimos en esta columna hace poco, y reformar el artículo 18 es clave para ello.
La estrategia actual parece ser reformar primero el Senado y, durante los próximos tres años, acometer reformas económicas. La reforma del Senado es polémica pero fácil, no genera manifestaciones, no resta popularidad. Es similar a la reforma postal de Koizumi. Lo difícil es crear el consenso popular para reducir las prebendas de los múltiples grupos de interés y agilizar la economía, enfrentándose a la calle, si es necesario. Cumplir el objetivo de déficit no basta, es lo fácil y desvía la atención del objetivo fundamental, aumentar el crecimiento potencial. Koizumi abandonó; Margaret Thatcher perseveró. España ha tenido la suerte de tener un programa con el FMI que le obligó a introducir cambios que nunca hubiera acometido de manera independiente. Italia lo va a tener que hacer sola.
Salir del euro, como apuntan ya demasiados intelectuales italianos, no resolverá el problema, es buscar el empate, como el antiguo catenaccio. Italia es rica. Puede seguir envejeciendo de manera gradual, decadente, consumiendo sus ahorros, sestear en el dolce far niente esperando que un golpe de fortuna la rescate. O puede despertarse, coger el toro por los cuernos y progresar. Renzi debe decidir.”
Ojalá el primer ministro Renzi afronte la situación y sea valiente. De momento, el líder italiano, al que todos los socialdemócratas europeos quieren parecerse (sacó el 40% de los votos en las Europeas) no ha sacado adelante ninguna de sus reformas prometidas: ni la electoral de febrero, ni la laboral de marzo, ni la de la administración de abril, ni la del fisco de mayo ni la de la justicia de junio. Si sigue gastando lo que no ingresa, no solo no bajará los impuestos sino que tendrá que subirlos (ese panorama nos suena a los vecinos mediterráneos).
Para los complacientes de nuestro país (que exhiben un crecimiento del 0’6% del PIB y perspectivas de hasta el 2% para el 2015), conviene recordar que la “salida de la crisis” es fruto de una devaluación interna (especialmente de salarios) de caballo. No se han acometido las grandes reformas: de la Administración, de las autonomías, de la liberalización de los mercados… Reformismo sin transformación.