Ya en Madrid, tras un vuelo de Iberia de 8 horas desde Santo Domingo. Para combatir el jet lag, trato de dormir todo lo posible (no “ceno” en el avión) hasta aterrizar.
En el vuelo previo, con Laser Airlines desde Caracas a Santo Domingo (90 minutos) estuve leyendo un libro muy interesante, ‘La picardía del venezolano o el triunfo del tío Conejo’, del psicoanalista jungiano Axel Capriles.
Dedicado a su padre, “cuya pasión por la lectura y la escritura me enseñó que, más allá del pasajero triunfo del hombre de acción, las ideas guardan todavía la posibilidad de la transformación”, el autor parte de la lectura del ‘Guzmán de Alfarache’ de Mateo Alemán (una de las principales obras de la picaresca española) y de preguntarle a sus compatriotas en Zurich, donde estudiaba (1982) qué era lo contrario a un pícaro. La mayoría le respondió que “un bobo”, “un pendejo”, “alguien a quien le falta chispa”. Cuando hacía la misma pregunta a los helvéticos, la respuesta era “un caballero”, “un ser virtuoso”, “sincero”, “honrado”. Es la preponderancia y prestigio del pícaro en nuestra cultura (un “tíguere”, para los dominicanos).
Frente al héroe (“persona ilustre y famosa por sus hazañas o virtudes”, DRAE), el pícaro, que nace con el ‘Lazarillo de Tormes’. El héroe (desde Teseo, Hércules, Aquiles o Amadís a El Cid, El Quijote o Rafa Nadal) es para Jung “ante todo la auto-representación de la nostalgia buscadora de lo inconsciente, animado por esa sed no aplacada y difícilmente aplacable de la luz de la consciencia”. Es el culto al héroe (Thomas Carlyle) y también la locura heroica por amor excesivo al honor (philotimia). El héroe como protagonista de la expansión de la consciencia (en Venezuela, el Libertador Simón Bolíivar). Axel nos habla de la película colombiana ‘Bolívar soy yo’ (2002), en la que un actor se cree el Libertador y llega a secuestrar al presidente de la República, siendo aclamado como un héroe (¿un precedente de Zelenski, “servidor del pueblo?). La figura del héroe “ocupa un espacio desproporcionado en nuestra psique” (Rafael López-Pedraza).
En el otro extremo de los arquetipos, el pícaro. Frente al honor y la verdad, la miseria, el engaño, la mentira, la deshonra. Como el doctor Jeckyll y Mr. Hyde. La astucia y la viveza en el carácter social de los venezolanos, que sin embargo, según el autor, son más desconfiados de lo que parece a simple vista. Es “el reino del tío Conejo”, para sobrevivir en la jungla del “tío Tigre”, el poder autoritario y brutal. Pequeño y astuto. “Lo propio de Latinoamérica es el pícaro encumbrado, exitoso, que llega a encumbrarse en la cima del poder” (Ramón Ordaz).
La madre de todo esto, claro está, es la picaresca española. La corona que toma Granada, domina Europa, crea un imperio, conquista América, tiene su contrapartida en la llegada del oro a la casa de contratación de Sevilla. Denunciada por el ‘Lazarillo de Tormes’ (1554), escrito por Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas de Carlos V y uno de los principales erasmistas (considerar el Lazarillo anónimo es “la picaresca dentro de la picaresca”), encuentra en el mencionado Guzmán de Alfarache, El Buscón de Quevedo o La Pícara Justina los mayores referentes del género, que ha llegado a nuestros días en el desenlace de ‘La Casa de Papel’.
Péndulo entre opuestos (“enantiodromia”, lo llamaba Jung). Frente al ideal de caballería, buscarse la vida. De la intolerancia de los Austrias de los siglos XV y XVI a la flexibilidad. Lo típico español es la “pureza de sangre” (‘Cristianos, moros y judíos’ de Américo Castro), la honra: o se era hidalgo o se era pordiosero. El truhan llega a América como polizón y se mezcla con los conquistadores, considerados gloriosos en sus actos. Luz y sombra. El trickster (bellaco, embaucador) está en todas las culturas, desde la africana (los azande) a la europea de Petronio, Rabelais, Goethe o Thomas Mann. Los pícaros españoles son “representaciones de un antihéroe compensatorio de la consciencia colectiva”, el espíritu (burlón) del desorden, el diablo frente al salvador.
En Venezuela, el pícaro representa el individualismo anárquico (Axel pone numerosos ejemplos de los últimos 200 años). En uno de los países más burocratizados del mundo (en 2015, según el Banco Mundial, sólo superado por Sudán, Libia y Eritrea), los “malandros”, herederos del anarquismo español, se buscan la vida. Es el caudillo sagaz de la política criolla, que hace las leyes (o se las salta) a su medida, aprovechando la precariedad institucional. Rómulo Gallegos lo llamaba “el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie”. Se celebra la chispa y el ingenio Alex Capriles pone como ejemplo la campaña de cervezas Polar “César Augusto” de 1994, que hemos comentado varias veces estos días). Es la subestimación de las Humanidades, de la educación, del conocimiento, en pro de la “jarana”.
El Proyecto Pobreza denuncia la falta de capital social: el 70-80% de los venezolanos no confía en las personas que no son de su entorno íntimo. Afabilidad en la superficie, desconfianza en lo profundo. Uslar Pietri lo llamó “el mal de la viveza criolla”. El autor concluye: “La comprensión y solución de nuestros más acuciantes problemas sociales no saldrán de su estancamiento hasta que no tomemos en cuenta las prelaciones psicológicas, hasta que no lleguemos al fondo de las actitudes colectivas que soportan el orden económico y político”.
Excelente libro. Me ha hecho entender la disparidad entre el “como vaya viniendo vamos viendo” tan popular en Venezuela con la noción de “sociedades auténticas” que impulsa Pedro Pacheco desde Marca Venezuela. Una apelación sensata y honorable a la prospectiva estratégica y la santa paciencia. “Hablar mal del país no resuelve los problemas“.
Esta última semana he visto, afortunadamente, pocos “malandros” y muchos héroes que, desde la sanidad, la alimentación, los servicios financieros y aseguradores, la sociedad civil están levantando el país. Mi gratitud a tod@s vosotr@s.
‘Pavo real’, de El Puma (José Luis Rodríguez) en ‘300 millones’. “Un gorrión venezolano que se llama el pavo real”.
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