Amanece en San Juan, Alicante, mientras escribo esta entrada a las 7 de la mañana. Como sabes, nuestras capacidades cognitivas no se mantienen estables a lo largo del día. Algunos somos alondras y nuestra energía va decayendo a lo largo de la jornada. Otras sois búhos y tenéis vuestra mejor versión por la tarde/noche. Amaneceres y anocheceres. En palabras de Daniel Pink en su libro ‘¿Cuándo? La ciencia de encontrar el momento preciso‘: “El timing no lo es todo, pero es esencial”.
Admiro la grandeza de las personas que son capaces de perdonar de verdad. Perdonar es una de las 12 actividades deliberadas para la Felicidad, según ha demostrado científicamente Sonja Lyubomirsky, a la altura de la gratitud, la fluidez o el optimismo inteligente, porque el resentimiento segrega cortisol, la hormona del miedo. Cometer errores es humano, forma parte de nuestra naturaleza. Perdonar es entusiasmo (“hay un Dios dentro de ti”), otorga trascendencia a nuestra forma de ser y de actuar.
Me fascina la etimología de per-donar (en inglés, “for-give”). El perdón como acto de generosidad. El Don como regalo, como presente, como entrega. El prefijo “Per” como consistencia, como ejemplaridad. Si amar es donar, dar, perdona es permitir y potenciar seguir amando. La motivación de inicio se completa con la motivación de continuidad. “Debemos estar motivados” (José Antonio Marina). El deber es un recurso que entra en juego cuando la motivación desfallece. La alternativa, por orgullo, es perdernos algunos de nuestros mejores momentos de la vida.
Desde el discurso es fácil perdonar; desde la realidad es muy difícil, especialmente para las personas que somos emotivas. Las personas rencorosas (todas lo somos en alguna medida) comparten 10 rasgos dañinos: ni perdonan ni olvidan, no aprenden lo que debían del pasado, piensan que no se equivocan, son maniqueas (blanco o negro), muestran un orgullo insano, desean tener el control, se ofenden con facilidad, quieren tener la razón, adoptan un sentido dramático de la vida y se sienten mejores que los demás. El que esté libre de pecado…
Perdón o rencor. Una palabra creada por el poeta y filósofo epicureísta Lucrecio (99-55 aC), autor de ‘De rerum natura’. El participio de rancere, enranciarse, ponerse rancio, pútrido, desagradable.
Para Megan Feldman Bettencourt, autora del libro ‘El Triunfo del Corazón: Perdonar en un mundo rencoroso’, el Perdón nos beneficia emocional, espiritual, mental y físicamente, sin lugar a la menor duda. Robert Enright, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison que lleva décadas investigando el poder del perdón, ha demostrado que los pacientes con problemas coronarios que mejoran su capacidad de perdonar elevan la calidad de la sangre que llega a sus corazones y en consecuencoa reducen el riesgo de muerte súbita.
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