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Por qué Occidente ganó la guerra (fría) y ha perdido la paz. La paradoja de la “libertad impuesta”

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Ayer vimos en Amazon Prime Video la película ‘Casi imposible’ (Long Shot), estrenada en España el 17 de mayo de este año. Es la historia de una Secretaria de Estado que aspira a ser la primera presidenta de los EE UU (la bellísima Charlize Theron) que contrata como “speechwriter” a un periodista con valores que fue vecino en su infancia (el cómico canadiense Seth Rogen, que hizo de Wozniak en el “Steve Jobs” de 2015 y puso la voz de Pumba en el nuevo “Rey león”). Una comedia romántica sobre esta sociedad del espectáculo y la mediocracia.

Entretenido guión de Dan Sterling en el que Charlize Theron muestra sus dotes para la comedia. Es una pena que por aquí pasara sin pena ni gloria y que a nivel global fuera “lo comido por lo servido” (un presupuesto de 40 M $ y unos ingresos totales de 53’5 M $). le faltó marketing, sin duda.

Mañana de teletrabajo, revisando procesos de coaching, proyectos y propuestas. Almuerzo familiar en HAK. Y el último capítulo de la primera temporada de ‘El juego de las llaves’, serie mexicana en Amazon Prime Video.

He estado leyendo ‘Le moment illiberal’ (versión en francés de ‘La llama que se apaga’) de Ivan Krastev y Stephen Holmes. Krastev es un intelectual y politólogo búlgaro, autor de ‘El Destino de Europa’ (2017) que preside el Centro de Estrategias Liberales de Sofía y ha ocupado la silla Kissinger en la Biblioteca del Congreso de Washington. El profesor Holmes imparte derecho en NYU (New York University) y ha investigado la historia del liberalismo europeo y su impacto en los países postcomunistas.

30 años después de la caída del Muro de Berlín, parece claro que Occidente ganó a la URSS la guerra fría pero que ha perdido la paz. “La imitación genera insatisfacciones”. El optimismo liberal (“el fin de la historia”, según Fukuyama) ha dado paso a Vladimir Putin, a Victor Orban (Hungría) o a Jaroslaw Kaczinsky (Polonia). El proceso de occidentalización se planteó como algo forzoso, sin alternativa, y por ello los países con tradición cultural diferente (desde Rusia y la Europa del Este al modelo autoritario de XiJiping) lo sufrieron como una humillación histórica. “Europeización”, “democratización” y “normalización” como imposición de valores ajenos. “El comunismo no fue derrotado por el liberalismo; simplemente se suicidó”, opina Ivan Krastev. Este nuevo orden es más hostil para el liberalismo.

Por eso, Putin y compañía han triunfado presentando contrarrevoluciones que luchan contra ese liberalismo impuesto desde fuera, ajeno a los valores propios, profundamente individualista y contra el bien común. Frente a la “democracia de la postverdad”, un mandatario del pueblo y para el pueblo que recupera las tradiciones nacionales, la religión y la identidad.

A Europa Occidental han llegado más refugiados del Este que de Oriente próximo (según los autores, era más fácil cambiar de país que mejorar la economía). La gran perdedora de la crisis del orden liberal ha sido la Unión Europea, que ha pasado de aspiración (‘El sueño europeo’, de Jeremy Rifkin) a diana del odio (los burócratas de Bruselas). Sus supuestos básicos (a saber, que la interdependencia genera seguridad y que no hace falta poder militar) no son necesariamente ciertos. Ese “laboratorio del post-soberanismo”, modelo universal y postmoderno, tal vez sólo funcione en Europa, si funciona en Europa. 1989 fue una gran esperanza, y en eso quedó.

Me ha gustado mucho este potente tratado de Psicología política. Efectivamente, “la cultura se merienda a la estrategia”, como nos enseñó Peter Drucker, sea la de un país o la de una organización. Llevado al campo del Liderazgo, creo que de “la luz que se apaga” podemos extraer varias conclusiones:

  • Quienes lideran una comunidad humana deben entender muy bien la “cultura actual” (la forma de hacer las cosas, los valores vividos, los hábitos compartidos, los procedimientos) porque el Liderazgo es contextual, no puede aplicarse en el vacío.
  • Aunque parezca que la transformación sea objetivamente mejor que la situación, no puede imponerse como una “trágala”, porque generará rechazo”. “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
  • Además de una visión de futuro que ofrezca ventajas tangibles para quienes deben involucrarse en la transformación, el camino a recorrer debe ser claro.
  • El ejemplo de los líderes resulta absolutamente esencial. No se puede, por ejemplo, predicar la austeridad (apretarse el cinturón) y que quienes mandan tengan otro rasero.
  • Los imitadores acaban resentidos, porque no le ven las ventajas a la novedad e idealizan el pasado. O protagonistas o víctimas.
  • Sólo el espíritu crítico puede salvar la situación. Sin embargo, el espíritu crítico suele acallarse.
  • En fin, los atajos (tratar de hacer una transformación que requiere tres años en pocos meses) provocan cortocircuitos. Como escribí hace 20 años en ‘La Sensación de Fluidez’, “la naturaleza no conoce atajos”.

Culturas nacionales, culturas corporativas. Sólo así se explica la pasión y el entusiasmo que provoca Putin en Rusia, Trump como fenómeno televisivo impulsado por la Fox, Macron como heredero cultural de Napoleón y De Gaulle, Boris Johnson como “nuevo Churchill”, Merkel como sucesora de Adenauer… y en España, el Cesarismo de Aznar o González y el presidencialismo institucional de Sánchez que le ha aportado réditos electorales.

Estoy con Ivan Krastev y Stephen Holmes (y es en cierto modo lo que se muestra en ‘Casi imposible’): si la democracia no recupera su capacidad autocrítica, está destinada a convertirse en una pantomima. Aviso a navegantes.

De la banda sonora de ‘Casi imposible’, “It’s hard to say googdbye to yesterday” de Boyz II Men

y ‘I’m on fire’ del Boss, Bruce Springsteen


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