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Explicarlo TODO. Bellas ideas, profundas y elegantes sobre cómo funciona el mundo

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Jornada entre Madrid y Barcelona. Por la mañana, presentación en la Talent Tower de una propuesta de Transformación al CEO de una organización muy interesante, que se está reinventado, junto con María José Martín (DG de Right). Reuniones sobre Coaching estratégico y almuerzo con el responsable de personas de uno de los principales bancos de nuestro país. Por la tarde, AVE a Barcelona y cena con amigos. Mañana tendré el honor de estar en el IESE con AMEC (la Asociación de Exportadores) representando a ManpowerGroup. El tema: Cómo será la empresa en 2030. Ya te iré contando.

He estado leyendo ‘Eso lo explica TODO. Ideas bellas, profundas y elegantes sobre cómo funciona el mundo’, edición del empresario cultural John Brockman (Boston, 1941), con aportaciones de unos 150 pensadores de talla mundial, entre ellos Nassim Nicholas Taleb, Steven Pinker, Harari, Richard Dawkins, Richard Thaler, Ramachandran, Susan Blackmore, Csikzentmihayi, David Eagleman, Howard Gardner, Helen Fisher, Simon Baron-Cohen, Tim O’Reilly, Phillip Zimbardo o Nicholas Carr.

La pregunta EDGE de 2012 (el libro es de 2013, recién publicado por Deusto en castellano) fue: “¿Cuál es tu explicación bella, profunda o elegante preferida?”. Nada más y nada menos.

La psicólogo Susan Blackmore (autora de ‘Una introducción a la Consciencia’) se refiere a Darwin y al proceso de selección natural. Para Matt Riley (‘El optimista racional’), es que “la vida es un código digital”. Para el biólogo Richard Dawkins (‘La magia de la realidad’) es el reconocimiento de patrones. El antropólogo Scott Atran prefiere “el poder de lo absurdo” (religión, espiritualidad) y el físico teórico Carlo Rovelli, “la finalidad aparente”. El gerontólogo Aubrey de Grey se refiere a la desaparición de la monogamia, el físico Leonard Susskind se queda con la segunda ley de la termodinámica (la entropía nunca disminuye), el psiquiatra Joel Gould (NYU) se decide por “la materia oscura de la mente” y el actor Alan Alda, por la grandeza (“Hay más cosas en el cielo y la tierra de las que sueña tu filosofía”; Hamlet). Paul Steinhardt (cátedra Einstein de Princeton) se queda con la cuasielegancia y el Nobel Franck Wiclzeck con la simplicidad (que lleva a la belleza). Steven Pinker (Harvard) se decide por la genética evolutiva, el psicólogo David Myers, por la Polarización de Grupo (el terrorismo es la polarización llevada al extremo), Gigerenzer por las deducciones inconscientes (gut feelings), Martin Rees por el multiverso, Zeilinger (Viena) por los fotones de Einstein, Andrei Linde (Stanford) por la comprensibilidad (“lo más incomprensible de este mundo es que sea comprensible”; Albert Einstein), George Dyson por el universo de Alfvén (densidad 0 y masa infinita), Max Tegmark por el crecimiento del cosmos (como un bebé), el financiero (riesgos) Satyajit Das por el principio de incertidumbre (Heisenberg), el neurocientífico Robert Provine (Maryland), por los observadores, Ramachandran (UCSD), por la consciencia; David Eaglaman, por las soluciones solapadas (“la elegancia del cerebro está en su falta de elegancia”), el catedrático de ética social Mahzarin Banaji (Harvard), por la racionalidad limitada; Robert Sapolsky, de Stanford, por la inteligencia colectiva (la inteligencia del enjambre); Keith Devlin, también de Stanford, por el lenguaje; el Nobel de Economía Richard Thaler, por el compromiso; Jennifer Jacquet (NYU), experta en ciencias medioambientales, por el “Tit for Tat” (donde las dan. las toman); Judith Rich Harris (‘El mito de la educación’) por “la belleza es verdad” (Keats); Dan Sperber, por la mente modular desde Erastóstenes; Clay Shirky (NYU), por la cultura como “residuo de la extensión epidémica de las ideas” (Dan Sperber, 1996); el psicólogo Hugo Mercier, por las metarrepresentaciones; Nicholas Humphrey (LSE), por la mente humana (que puede parecer tener explicación, aunque no la tenga).

Daniel Dennet (Tufts) se decanta por la emigración de las tortugas marinas; David Pizarro (Cornell) por las semillas; Howard Gardner por la importancia del individuo; Raphael Bousso (Berkeley), por la Teoría cuántica; Tania Lombrozzo, de la misma universidad, por el realismo como verdad metafísica; Paul Bloom (Yale), por el desarrollo (“todo es de la manera que es porque se ha vuelto así”, D’Arcy Thompson); Cochran, por los gérmenes; Andrew Lih (USC) por la información como “resolución de la incertidumbre”; el historiador David Christie (Sidney), por la idea de surgimiento; Dimitar Sasselov (Harvard), por los sistemas de referencia; Helen Fisher (Rutgers), por la epigenética como eslabón perdido; John Tooby (UCSB), por la entropía; Elizabeth Dunn, por la presión del tiempo; Bruce Hood (Bristol), por la complejidad; el productor Brian Eno (Coldplay, U2, Talking Heads, Paul Simon) por los límites de la intuición; Lisa Randall (Harvard), por el mecanismo de Higgs (“la belleza de la ciencia es su falta de subjetividad”); Simone Schnall (Cambridge), porque la Mente piensa en metáforas personificadas; Benjamin Bergen (UCSD) muestra una opinión similar sobre la mente y las metáforas; Rodney Brooks (MIT), por la ley de Moore; John Mathers (NASA), por la complejidad cósmica; Laurence Smith (UCLA), por las ecuaciones de continuidad; Tim O’Reilly, por la apuesta de Pascal (las consecuencias de equivocarnos, sea para creer en Dios o por el cambio climático); Eugeny Morozov, por el control de la tecnología; Ernst Pöppel (Múnich), por la confianza y Patrick Bateson (Cambridge), por subvertir la biología.

El psicólogo Simon Baron-Cohen (Cambridge), por la testosterona fetal (diferencias de género); Alvin Ray Smith (co-fundador de Pixar y pionero digital) sobre las películas (entre fotogramas hay vacío); Stuart Pimm (Duke), por las leyes de la madre naturaleza; Adam Alter (NYU), por la apatía de grupo; el neurólogo y dramaturgo Gerald Smallberg, por “el Mago de Yo” (la consciencia y el ego); el diseñador Douglas Coupland, por el déjà-vu; la artista Katinka Matson, por la navaja de Ockham; Eic Kandell, por la psicoterapia; Sherry Turkley (MIT), por los objetos de transición; Adolph Ness (Michigan), por los sistemas complejos a partir de la selección natural; Marcel Kinsbourne, por tener una buena idea; Christakis (Harvard), por las preguntas de los niños (como “¿por qué el cielo es azul?”) resueltas por Aristóteles, Leonardo o Newton; Dylan Evans, por el origen del dinero; Phillip Zimbardo (El efecto Lucifer), de Stanford, por la perspectiva del tiempo; Alison Gopnik (Berkeley), por la adolescencia; Michael Norton (HBS), por imponer la arbitrariedad; Lawrence Krauss (ASU), por la unificación entre electricidad y magnetismo; Lee Smolin, por el principio de inercia; Eric Topol, por el efecto placebo; Gerald Horton (Harvard), por la discontinuidad entre la ciencia y la cultura; Nassim Nicholas Taleb (NYU), por la hormesis como redundancia; Robert Kurzban (Pensilvania), sobre las consecuencias no intencionadas; Timothy Wilson (Virginia), porque “somos lo que hacemos”; Samuel Barondes (UCSF), por el azar; Beatrice Golomb (UCSD), por el “síndrome metabólico” (MetSyn); Emmanuel Derman (Columbia), por la muerte; David Gellertner (Yale), por la imposibilidad de estados mentales de los ordenadores (John Searle); Stanilas Dehaene, por el algoritmo universal de la toma de decisiones (“el objetivo último de la ciencia es sustituir la complejidad visible por una simplicidad invisible”; Jean Baptiste Perrin); Csikzentmihlayi, por el poder (“el poder tiende a corromper, y el poder absoluto a corromper absolutamente”, Lord Acton, 1887); George Church (Harvard Medical School), desde la genética, considera que “elegante = complejo”; la psicóloga Irene Pepperberg, psicóloga también de Harvard, prefiere las preguntas de Nicholas Tinbergen (la relación entre genes y entorno); Gloria Origgi (París), sobre la máquina de Turing; el dramaturgo Richard Foreman sobre la poesía; el geógrafo Jared Diamond (UCLA), por la electricidad biológica; Andy Clarck (Edimburgo), por el lenguaje como sistema adaptativo; Nicholas Carr, sobre el mecanismo de la mediocridad (principio de Peter); Michael Shermer (editor de la revista ‘Skeptik’) por el empirismo; compruébalo tú mismo. Kevin Nelley (Wired): “Somos polvo de estrellas”.

Un libro impresionante. Lo bello, lo elegante, lo impactante, está en la física clásica y en la cuántica, en el universo, en la biología y especialmente en la mente: la consciencia, el razonamiento. Mi gratitud a Brockman y al editor de Deusto, mi buen amigo Roger Domingo, que se ha atrevido a publicar un libro no precisamente para la mayoría. La fortuna ayuda a los valientes.

Anoche estuve viendo en Netflix, ‘Memory Games’. La historia de cuatro de los campeones mundiales en memoria; una sueca de origen de Mongolia, un californiano, dos alemanes, y sus métodos para desarrollar la memoria, algo tan valioso y al parecer denostado por la tecnología. Éste es el trailer:

La canción de hoy, de Phil Collins, es ‘Do you remember?’


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