El mes de julio comienza con mi hija Zoe marchando a Nueva York durante un par de meses con EF Education First, donde preparará el SAT (ha sacado 7 sobre 7 en matemáticas este curso) y el TOEFL (está haciendo Bachillerato internacional). Se va contenta y emocionada. Y con España jugando los cuartos de final del Mundial, tras los partidazos Francia-Argentina y Uruguay-Portugal. Messi y Cristiano ya se han ido a casa.
He estado leyendo ‘De Adolf a Hitler. La construcción de un nazi’, del historiador Thomas Weber. Weber (Hagen, Alemania, 1974) estudió Historia en la Universidad de Münster y en la de Oxford (la tesis doctoral se lo dirigió Niall Fergusson); como profesor, ha dado clase en Harvard, Princeton, Pennsilvania y Glasgow. Desde hace diez años imparte en la Universidad de Aberdeen (desde hace cinco ha vuelto además a Harvard, al Instituto de Estudios Europeos).
Es el apasionante relato de los años de Múnich 1919-1923: de cómo un tipo anodino, solitario, torpe y desempleado, un “buen soldado” sin observables cualidades de liderazgo y con unas ideas políticas fluctuantes (de la maquinaria del socialismo a la extrema derecha), se convirtió en el líder muy seguro de sí mismo, con un discurso violentamente antisemita y que provocaría la II Guerra Mundial. Thomas Weber, en su condición de riguroso historiador, desmitifica al personaje: lejos de la imagen que el tirano nazi quiso presentar en Mi lucha, su ideario no estuvo centrado hasta bien entrada la década de los años 20. La terrible metamorfosis de Hitler es inconcebible sin un “cisne negro”: que viviera en Múnich tras la I GM, que aglutinara versátilmente a la derecha (más allá de los partidos tradicionales) y que convenciera al poder bávaro para que apoyara el putsch de 1923.
¿Qué podemos aprender de esta terrible historia, primorosamente documentada en más de 550 páginas? Al volver de la primera guerra, Hitler es un oportunista que apoya la revolución socialista (cuando en invierno de 1918 Múnich se convirtió en república soviética, apoyó la alianza con los rusos). Berlín sofocó la rebelión y Hitler vivió su “camino de Damasco” (9 de julio de 1919, el día que se ratificó el Tratado de Versalles), su conversión.
A partir de ahí, el narcisismo de Hitler y su deseo insaciable de recibir una atención creciente fueron decisivos. En relación con su público, el líder nazi actuaba “de manera que encaja en la definición de una estrella del pop o el rock”, como dice Thomas Weber. En su libro anterior, ‘La primera Guerra de Hitler’ (2012), desveló que Hitler no había sido cabo y que sus camaradas lo consideraban “un enchufado”.
Desde julio de 1919, Hitler se obsesionó con la revancha y propuso (desgraciadamente, con mucho éxito) evitar que su nación volviera a encontrarse en una debilidad semejante. Desde la capital de Baviera, vestido estrafalariamente, medrando en partidillos de poca monta y medio muerto de hambre, hasta la Cancillería del Reich en Berlín plantando cara al mundo entero. “No es un camino recto, pero sí menos tortuosos de lo que muchos creen”, nos aclara el historiador alemán Thomas Weber. El Führer pasó de narcisista fracasado a “narcisista funcional”, creando una especie de “plato combinado”, con unas pocas ideas fijas y otras del gusto de su público (como el antisemitismo, que fue in crescendo). “Uno de los talentos de Hitler fue saber responder a las crisis inesperadas. Cuando aparecían crisis que parecían destruirlo las convertía en un éxito atronador”. Weber piensa que en la época actual, con las redes sociales, sin duda Hitler encajaría. “Es aterrador pensarlo”.
Un gran libro. El Liderazgo puede usarse para el mal, como hizo este siniestro personaje, o para el bien, desde la ética, “el modo más inteligente de vivir” (José Antonio Marina).
He disfrutado mucho con el episodio de ‘This is Art’ relativo a los celos (en Movistar+). Una emoción destructiva que, a diferencia de la envidia (que es bilateral), es triangular. Ramón Gener parte de Caín y Abel ante Dios y nos muestra el triángulo amoroso de Vulcano, Venus y Marte, las pugnas entre Bernini y Borromini por los favores papales y de Tintoretto y Veronese en la Venecia renacentista. También las infidelidades que Ramón Casas, Natale Schiavoni o August Strindberg fueron capaces de describir. El caso de Edvard Munch, celoso patológico, que asignó a los celos el color verde. Y las colaboraciones positivas entre Pablo Picasso y Henri Matisse, o el estudio de arquitectos RCR, premio Pritzker (el Nobel de arquitectura) 2017, juntos desde hace más de 30 años. Rupturas como las de Lennon y McCartney, María Callas y Renata Tebaldi, Hemingway y Faulkner. El mito de Medusa (Atenea le corta la cabeza tras haberla violado Poseidón) y de Carmen, la “femme fatale”. Y el descubrimiento de Judy Chicago, The Dinner Party (1979), que está en el Elizabeth A. Sackler Center for Feminist Art del Brooklyn Museum de Nueva York; una mesa triangular para 39 mujeres famosas míticas e históricas, desde Sacajawea, Sojourner Truth, Eleanor de Aquitania, la Emperatriz Teodora de Bizancio, Virginia Woolf, a Susan B. Anthony o Georgia O’Keeffe. La mesa es triangular y mide casi 15 metros por lado. Hay 13 cubiertos en cada uno de los tres catetos del triángulo. El Ala I honra a las mujeres desde la Prehistoria hasta el Imperio Romano, el Ala II honra a las mujeres desde los comienzos del Cristianismo hasta la Reforma y el Ala III desde la Revolución Americana hasta el feminismo. Le recomendaré a Zoe que la vea este verano en la Gran Manzana.
El de los celos es uno de los mejores episodios de ‘This is Art’. Ramón Gener concluye sabiamente: “los celos alimentan a los celos, en una espiral sin fin”. Sin embargo, “la solución a los celos está en encontrar el amor que esconde la obsesión”. Aprendiendo de los errores, “lo único que nos salvará de los celos es el Amor”.
‘Love is the answer’, por Aloe Blacc:
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“It’s the only thing that everbody needs./ It’s the only thing that makes us trully free”.
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