La película de este fin de semana ha sido la francesa ‘Una razón brillante’ (Le Brio) de Yvan Attal (nacido en Tel Aviv, de origen argelino judío sefardí, esposo de Charlotte Gainsbourg). Es la historia de un brillante profesor de la Universidad de Assas (París 2), cínico y provocador, que mentoriza a una alumna árabe de los suburbios para un concurso nacional de oratoria. Espléndido guión de Victor Saint Macary y muy buenas interpretaciones de Daniel Autueil (‘Salir del armario’) y la cantante Camélia Jordana, la Nueva Marianne, que había cantado en el homenaje a las víctimas de Bataclán junto a un católico y una judía.
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‘Una razón brillante’ aprovecha el “efecto Pigmalión” (cuando creen en ti más que tú mism@”) para presentarnos en clave de “dramedy” (comedia dramática) una magnífica metáfora sobre la gestión de la diversidad a través de la formación y la cultura. ¿Se trata de tener razón o de convencer? Atención a las 38 reglas de Schopenhauer Muy recomendable. Aquí tienes el tráiler:
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Ayer estuve hablando con Teresa Viejo, periodista brillante y polifacética donde las haya, que actualmente está presentando ‘La observadora’ en radio y ‘El lado bueno de las cosas’ en televisión, sobre la Curiosidad. Teresa Viejo participará el próximo jueves 12 en el evento solidario ‘La gota del éxito’ en Zaragoza (a las 16,30 h. en el Edificio Bantierra, antiguo Casino Mercantil) con Rubén Turienzo, Cristina Soria y Hana Kanjaa. La recaudación va íntegramente a la Asociación Española contra el Cáncer (gracias a David Asensio, Alberto Joven y Jorge Gutiérrez por la iniciativa). Por cierto, hay una fila cero por si puedes/quieres colaborar: ES76 2100 2149 3002 0028 1231
Volviendo a Teresa Viejo, embajadora de UNICEF, se está convirtiendo en la referencia nacional en la Curiosidad, que es el origen, la semilla, el inicio de la Learnability (nuestra capacidad de aprender, que marca la diferencia en el Talentismo). Y lo hace, no sólo desde un análisis minucioso del tema, sino desde su amplia experiencia como reportera y entrevistadora.
Como nada es casual, le comenté que acababa de adquirir el libro ‘Por qué. Qué nos hace ser curiosos’ de Mario Livio. Astrofísico, Mario Livio ha escrito ‘La proporción áurea’ (premio Pitágoras y Peano), ‘¿Es Dios un matemático?’, ‘La ecuación jamás resuelta’ y ‘Errores geniales que cambiaron el mundo’).
La Curiosidad (así, con mayúsculas) posee un contagioso atractivo. “La fuerza de la curiosidad trasciende sus percibidas contribuciones potenciales a la utilidad o los beneficios”. Según el neurocientífico Irving Biederman (Universidad del Sur de California), los seres humanos estamos diseñados para ser “infóvoros”, devoradores de información: el paso de Ulises frente a las sirenas como un ejemplo de resistencia a la curiosidad (Cicerón). “La curiosidad evoca el cuidado” (Michel Foucault). La curiosidad moviliza el progreso, desde Leonardo da Vinci (“la persona más incansablemente curiosa de la historia”, Kenneth Clark) a Richard Feynman (“Todo es interesante si profundizas lo suficiente”).
Mario Livio disecciona la curiosidad del genio italiano (“Todo tu corazón yace ante mí”) y del físico de Princeton (“¿el arte soy yo, la ciencia es nosotros?”) para que la podamos entender mejor. “La curiosidad es un viejo concepto del estudio de la motivación humana, y como muchos de los venerables problemas de la psicología, el de la curiosidad parece ser bastante manejable para ser fascinante, pero demasiado complicado para llegar a tener solución” (Paul Silvia, Universidad de Carolina del Norte). No hay una definición única de la curiosidad, es compleja (el psicólogo Daniel Berlyne la ha representado bidimensionalmente en dos ejes: de lo específico a lo diverso y de lo conceptual a lo epistémico). Los factores para saber si algo es interesante, digno de ser explorado, son la novedad, la complejidad, la incertidumbre y el conflicto (esta aportación de Berlyne suena muy VUCA). “Mind the gap” (Cuidado con el escalón): la curiosidad parece sencilla… a posteriori. Citando a George Loewenstein, uno de los padres de la Economía Conductual: “la curiosidad es una privación cognitiva inducida que surge de la percepción de una fisura entre el conocimiento y la comprensión”. Las personas nos volvemos curiosas (cultivamos nuestra curiosidad) de manera proactiva. Berlyne dibujaba la curiosidad como una U invertida entre conocimiento y estímulo (como la curva de Wundt entre intensidad y activación).
¿Y si la curiosidad fuera un “amor intrínseco al conocimiento”? La curiosidad se puede conceptualizar como una sensación positiva de interés y asombro (Spielberger y Starr). La neurociencia ha aportado desde los 90 herramientas para analizarla, como las IRMF (Imágenes de Resonancia Magnética Funcional) o el contraste BOLD (sangre oxigenada). Los investigadores Min Jeong Kang, Colin Camerer y sus colegas de Clatech demostraron en 2009 que la curiosidad activa el núcleo caudado izquierdo y la corteza prefrontal lateral, pero no el núcleo accumbens (sede del placer). De otro lado, Marieke Jepma (Universidad de Leiden) probó que la satisfacción de la curiosidad activaba los núcleos de recompensa conocidos. ¿Cómo es posible? Precisamente porque hay dos tipos de curiosidad: la perceptual (desencadenada por la novedad, la sorpresa, los estímulos), ligada a la aversión (lo desagradable) y la epistémica, conectada con el deseo de aprender y el impulso para adquirirlo (placentera). “Quizá la curiosidad coloque al cerebro en un estado que le permite aprender y devolver cualquier tipo de información, como un torbellino que aspira aquello por lo que uno está motivado para aprender y además todo lo de alrededor” (Matthias Gruber, Universidad de California en Davis).
El ser humano se diferencia en su inteligencia del resto de animales por su número de neuronas en el cerebro (Suzana Herculano-Houzel): unos 90.000 millones (una rata, 180 M; un orangután, 30.000 M). De ahí nuestra extraordinaria capacidad para procesar información. Como dice Herculano-Houzel, “es fuerza mental o fuerza física”. “Food for thought” (alimento para el pensamiento): la curiosidad es la que hizo posible el incremento neuronal (Robin Dunbar, Oxford). Ha sido el poder del lenguaje, que nos permite “combinar cualquier cosa con cualquier cosa” (Elizabeth Spelke) y la cultura simbólica humana (Roy Rappaport, Camilla Power).
Mario Livio dedica un capítulo a las mentes curiosas. “Lo importante es no dejar de cuestionar. La curiosidad tiene su propia razón de ser” (Einstein). Entre ellas, la del físico Freeman Dyson (que ha unificado la teoría cuántica del magnetismo y la luz), el astronauta Story Musgrave, el lingüista Noam Chomsky, la física Fabiola Gianotti (DG del CERN y copresidenta del Foro de Davos 2018), el cosmólogo Martin Rees y el guitarrista de Queen Brian May (doctor en astrofísica, Rector de la Universidad de Liverpool): conocidos por sus decisivas aportaciones a un área concreta, curiosos sin remedio, interesados tanto o más por los detalles que por el panorama general. “La curiosidad es una de las características más permanentes y seguras de una inteligencia vigorosa” (Samuel Johnson, 1751). El autor recoge las ideas de Mihalyi Csikzentmihalyi sobre la fluidez y la creatividad.
¿Se hereda la curiosidad? Thomas Bouchard (Universidad de Minnesota) en su estudio de gemelos adoptados (MISTRA, Estudio de Minnesota sobre Gemelos Criados por Separado) con 50 horas de exámenes psicológicos a unas 12.000 familias, mostró en 2004 que el 40-60% de los cinco grandes atributos de la personalidad (OCEAN: en inglés, apertura a la experiencia, diligencia, extraversión, complacencia y neurosis) era heredado. La curiosidad depende de ciertas capacidades cognitivas, de la “working memory” y de la inteligencia ejecutiva. Pero evidentemente, depende también mucho de la educación (el eterno debate “nacer o nutrir”; ambas son inseparables).
“La curiosidad mató al gato”. En nuestras culturas, desde Eva y la manzana, la mujer de Lot, la caja de Pandora, Hansel y Gretel, la bella durmiente… la curiosidad no ha estado bien vista. “La curiosidad es el mejor remedio para el miedo” (Mario Livio, 2012). “Sustituye el miedo a lo desconocido por la curiosidad” (Exposición U-Turn de Copenhague, 2008). Mario concluye con el relato ‘Un romance medieval’ de Mark Twain (1870), con la poderosa idea de que la curiosidad está ligada a dos connotaciones (bueno/malo, legítimo/ilegítimo, encomiable/controvertido), por lo que el límite está, como siempre, en la ética, y como la curiosidad es contagiosa, nos propone “convertirla en una epidemia”. Porque “la ciega ignorancia nos engaña. ¡Oh, desdichados mortales, abrid los ojos” (Leonardo da Vinci).
Un libro excelente, impresionante, imprescindible para alimentar tu curiosidad sobre la curiosidad.
Gracias, Mario Livio, y a Teresa Viejo por iluminarnos sobre la curiosidad.
¿A que sientes curiosidad por saber qué cantó en el homenaje interreligioso a las víctimas de Bataclan? Una canción de Jacques Brel, por supuesto. Quand on n’a que l’amour:
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“Quand on n’a que l’amour/
Mon amour toi et moi/
Pour qu’éclatent de joie/
Chaque heure et chaque jour” (Cuando no hay más que amor,/ amor, tú y yo,/ para que estallen de alegría/ cada hora y cada día)”
“Alors sans avoir rien/
Que la force d’aimer/
Nous aurons dans nos mains/
Amis, le monde entier” (Entonces, sin tener nada/ más que la fuerza de amar/ tendremos en nuestras manos,/ amig@s, el mundo entero”.
La Curiosidad es precisamente la fuerza de amar el conocimiento, la “filo-sofía”.
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