Domingo soleado en Madrid, de paseos, lecturas y algo de series (un par de capítulos de Sense8).
De la prensa de hoy, además de los habituales (Rosa Montero, José Antonio Marina y John Carlin), quisiera destacar dos: ‘La pose del poder’ de Daniel Ollero y ‘La bomba de Kim Jong-un’ de Mario Vargas Llosa.
En Papel (la revista dominical de El Mundo), Daniel Ollero se refería a la pose con la que vemos al presidente Trump en el despacho oval. De pie, con los puños sobre la mesa, con mirada desafiante. La misma postura de Kevin Spacey interpretando a Frank Underwood en ‘House of Cards’ o Glenn Close en ‘Damages’. Al parecer, esta pose eleva la testosterona. La han empleado en el pasado Lyndon B. Johnson (tras el asesinado de Kennedy) o Silvio Berlusconi.
La “power pose” me ha recordado, cómo no, las posturas de alto poder y de bajo poder de Amy Cuddy (‘El poder de la presencia’). Las hormonas determinan nuestra comunicación no verbal… y al revés: nuestra postura modifica los niveles de hormonas como el cortisol, la testosterona y la oxitocina. ‘Fake it till you make it’: Simúlalo hasta que sea verdad.
En El País, Mario Vargas Llosa se preguntaba: “¿Cómo es posible que un ser inculto, de inteligencia primaria, que parece una caricatura de sí mismo, llegue a tener la capacidad de extinguir la civilización?” El premio Nobel hispano-peruano no se refería a Donald Trump, sino al dictador de Corea del Norte.
“Hijo y nieto de tiranos, tirano él mismo y especialista en el asesinato de familiares, nadie se preocupó demasiado cuando el joven gordinflón y algo payaso Kim Jong-un (tiene ahora 33 años y pesa 130 kilos) tomó el poder en Corea del Norte. Sin embargo, en la actualidad, el mundo reconoce que quien parecía nada más que un pequeño sátrapa mozalbete y malcriado ha materializado el sueño de su abuelo, Kim Il-sung, fundador de la dinastía y de Corea del Norte, pues tiene en sus manos la llave de una catástrofe nuclear de dimensiones apocalípticas que podría retroceder el planeta a la edad de las cavernas o, pura y simplemente, desaparecer en él toda forma de vida. Sin dejar de temblar, hay que quitarse el sombrero: ¡vaya macabra proeza!”
En octubre de 2006, cuando Corea del Norte llevó a cabo su primera prueba nuclear, los científicos occidentales ningunearon aquel experimento ridiculizándolo. En todo caso, si las cosas se ponían serias, China y Rusia, lo pondrían en vereda. Pero ha pasado más de una década y aunque el presidente Trump haya amenazado a Corea del Norte con el apocalipsis, “una furia y un fuego jamás vistos en el mundo”. Hoy un acción ya no sería “limitada” sino de gran envergadura —lo que significa miles de muertos— y la respuesta de Kim Jong-un podría causar otra matanza gigantesca en los propios Estados Unidos, o en Corea del Sur y Japón, y quién sabe si desatar una guerra generalizada en la que todo el siniestro polvorín nuclear en que está convertido el mundo entraría en actividad. Perecerían así millones de personas”.
“La condición de dios viviente a que ha sido elevado por la adulación y el sometimiento de sus veinticinco millones de vasallos hace vivir una enajenación narcisista demencial que lo induce a creer aquello de lo que alardea: que la minúscula Corea del Norte, dueña ahora de una bomba varias veces más poderosa que las que se abatieron sobre Hiroshima y Nagasaki, puede, si lo quiere, herir de muerte a Estados Unidos”. La repuesta han sido las sanciones aprobadas por las Naciones Unidas. “En todo caso, convendría reconocer la verdad: esas sanciones, por duras que sean, no servirán absolutamente para nada”. No han funcionado ni con Cuba, ni con Irán: sirven para que “responsabilice a Washington y al resto de países occidentales de la penuria económica que sus políticas estatistas y colectivistas han acarreado a su nación”. La paradoja es que las sanciones sólo son eficaces contra sistemas abiertos, donde hay una opinión pública que reacciona y presiona a su Gobierno para que negocie y haga concesiones.
“Para una mayoría de seres humanos, el mundo es hoy menos cruel y más vivible. Y, sin embargo, jamás ha estado la humanidad tan amenazada de extinción como en esta era de prodigiosos descubrimientos tecnológicos y donde la democracia —el régimen menos inhumano de todos los que se conocen— ha dejado atrás y poco menos que desaparecido a los mayores enemigos que la amenazaban: el fascismo y el comunismo”. Don Mario no tiene respuestas para arreglar la situación. Por eso la formula “con un sabor de ceniza en la boca”.
Así es el mundo híper-VUCA. Una tiranía excéntrica amenaza el planeta y quien debería dar respuesta (más allá de China y Rusia) es un presidente extemporáneo que perdió las elecciones por más de 3 millones de votos y que puede disparar el botón nuclear.
Mi gratitud a mi hija Zoe, que ha compartido conmigo esta mañana una estupenda redacción sobre la utilidad de la literatura y sus libros favortitos: ‘Rebelión en la granja’, ‘1984’ y ‘Cien años de sociedad’. “Recordar es fácil para quien tiene memoria, olvidar es difícil para quien tiene corazón” (Gabriel García Márquez). “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario” (George Orwell).