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Potenciar el Talento desde el Coaching de Equipo

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Hoy y mañana disfruto de un programa de Coaching de Equipo con un comité de dirección de 14 personas en un marco incomparable. Mi gratitud al DG, uno de los mejores directivos del país, con unos logros espectaculares, y a todo su equipo, que está viviendo una “reivención” única, con unos logros admirables.
Si el coaching, entendido como proceso de acompañamiento en el que se resaltan las fortalezas y se aprovechan las oportunidades, tiene sentido en términos individuales, aún más como equipo. Lo que encontramos en los comités de dirección que disfrutan de coaching de equipo no es si se plantean si son un grupo o un equipo (como bien sabes, un equipo es un grupo que genera sinergias, que obtiene más conjuntamente que cada uno por separado), sino lo que les falta, el potencial, para ser el equipo de alto rendimiento que merece ser.
Desde mi experiencia de tres décadas en esto, un equipo no puede ser de alto rendimiento si no mejora drásticamente en:
- Disponer de una visión (misión del equipo, valores, visión de futuro) auténticamente compartida por sus integrantes.
- Enfocar su actividad como equipo desde la doble faceta de proceso abierto (análisis de la situación, con espacio de libertad) y toma de decisiones, habida cuenta que la ejecución es el 90% de la estrategia.
- Aprovechar la diversidad, especialmente la intangible, con técnicas como las fases y estilos de aprendizaje (David Kolb) y el eneagrama/diversigrama.
- Desarrollar los dos pilares del equipo: la confianza (como cuenta corriente emocional, con sus depósitos y sus reintegros) y el compromiso, con reglas propias del equipo.
- Aprender como equipo (Team Learning, una de las cinco disciplinas de Peter Senge), lo que significa en la práctica utilizar la consciencia (inteligencia ejecutiva) y avanzar en la competencia.
- Analizar profundamente, desde el “big data” al “small data” (liderazgo intuitivo), el dinamismo del entorno: las cinco fuerzas de Porter (competidores, nuevos entrantes, proveedores, clientes, sustitutivos, para determinar en cada caso nuestro poder de negociación) su la cadena de valor, en términos de plataforma (3D: usuarios, consumidores, organizadores), como hacen las GAFAs (Google, Apple, Facebook, Amazon) y los ATUNes (Airbnb, Tesla, Uber, Netflix).
El salto del talento individual (fluir) al colectivo (influir, confluir) resulta fascinante. Uno nunca deja de aprender sobre el valor del equipo de verdad en este mundo hiperVUCA.
En otro orden de cosas, he estado leyendo ‘Capitalismo. Una historia ilustrada’ de los filósofos Dan Cryan y Sharron Shatil, con ilustraciones de Piero. Me interesa mucho cómo evolucionaron los 500 años del Capitalismo para tratar de entender los próximos 250 años del Talentismo.
El capitalismo es un sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción, con un papel central a la acumulación de recursos (“capital”) y con un protagonista: la clase burguesa. Sustituyó al feudalismo como época histórica a partir de las cruzadas (que abrieron nuevas rutas de comercio) y con banqueros convertidos en príncipes como los Medici. Los caballeros templarios, que se hicieron ricos como banqueros, fueron disueltos en 1314. Cristóbal Colón (1492) y Vasco de Gama (1497) abrieron las rutas a América y la India. Del expansionismo, las monarquías poderosas de España y Portugal. Paradójicamente, el capitalismo se desarrolló en monarquías menores, como Holanda (1648, la primera nación realmente capitalista) e Inglaterra. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales data de 1602 y la Compañía Británica de las Indias Orientales de 1600. El primer pensador capitalista fue Thomas Hobbes (1588-1679), que aplicó el método de Galileo a la ciencia política y social. “No es el vendedor sino el comprador quien determina el precio”. Tras Hobbes y su Leviatán, John Locke (1632-1704) propuso un “estado de naturaleza” idílico entre el individuo y el Estado. Para él, la finalidad del gobierno es proteger los intereses de los ciudadanos.
En 1776, Adam Smith publicó ‘La riqueza de las naciones’. Este pensador escocés (1723-1790) preconizaba el interés propio, la creatividad de los comerciantes y la “mano invisible” del mercado. El trabajo determina el valor de cualquier cosa (teoría del valor-trabajo). Esta obra de Adam Smith no es completamente original, sino que está basada en ‘La ganancia nacional’ del sacerdote sueco Anders Chydenius, publicada 11 años antes. El capitalismo estaba sostenido por el colonialismo y por la trata de esclavos (20 M desde África para las colonias británicas y EE UU; la mitad murieron en el viaje).
Mayer Rotchschild (1744-1812) y sus hijos crearon la banca de inversiones y se pusieron del bando británico durante las guerras napoleónicas. A principios del XIX nació la revolución industrial con James Watt (1763-1819) y la máquina de vapor. David Ricardo (1772-1833) publicó sus ‘Principios de economía política y tributación’ en 1817: el valor-trabajo incide en las variables económicas principales (costes, beneficios, precios, empleo y salarios). Para John Stuart Mill, el precio del trabajo está determinado por la oferta y la demanda.
Las míseras condiciones en las ciudades (Charles Dickens) y la gran hambruna irlandesa de 1845-1850 (un cuarto de los irlandeses murieron o emigraron) determinaron las propuestas sociales de Robert Owen (1771-1858), los cartistas, Saint Simon (1760-1825) y el anarquismo de Bakunin (1814-1876). Eran ejemplos de “socialismo utópico”, frente al científico, el materialismo histórico de Karl Marx (1818-1883), que se basó en la filosofía de Hegel (tesis-antítesis- síntesis) para enunciar la historia como lucha de clases, el valor del trabajo humano y la plusvalía.
A finales del siglo XIX surgió el capitalismo sin imperialismo (grandes empresas, desde Henry Ford y Frederick Taylor) y tras el crac del 29, el New Deal (Roosevelt) basado en las ideas keynesianas (el dinero como “sangre” del sistema) y el capitalismo de estado (Alemania, Japón, Italia) que llevó a la IIGM. En 1947, el plan Marshall inyectó 13.000 M $ en Europa (90%, a fondo perdido).
Max Weber conectó el espíritu capitalista a la “ética protestante” (1905). Para los países católicos, la riqueza era un pecado más o menos tolerado; para los protestantes, ahorrar e invertir son una obligación religiosa. La Escuela de Frankfurt (Adorno, Habermas) revisitó el marxismo para los nuevos tiempos. Guy Debord (1931-1994) dijo que en las economías postindustriales la alienación es el espectáculo: ‘Sociedad del espectaculo’ (1967). Desde la derecha, el capitalismo fue criticado por Martin Heiddeger (1889-1976) y Leo Strauss (1899-1973). La justicia social la analizó John Rawls (1921-2002). Robert Nozick (1838-2002) propugnó el libertarismo y Francis Fukuyama (1952) el fin de la historia, tres años después de la caída del muro de Berlín. El capitalismo se ha desafiado intelectualmente desde las posiciones de George Ackerloff (1940) y el concepto de desigualdad de Joseph Stiglitz (1943), ambos premios Nobel de Economía.
Un libro muy interesante, sintético y conciso sobre esta época histórica que ha llegado a su fin.
La canción de hoy, ‘Two hearts’ de Phil Collins: /www.youtube.com/watch?v=SidxJz94Svs “You know we are two hearts/ believing in just one mind/ together for ever, till the end of time”.         

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